lunes, diciembre 04, 2006

TODOBICHODEUÑA – La conserje floja

Te clavan una puñalada en el piso 2. Decir “puñalada” en realidad es una licencia: aquí nadie utiliza puñal, así que lo que pasa en verdad es que te cortan con un cuchillo de cocina. O te dan a lo balurdo: con un “exacto”. Pierdes la cartera y el celular, pero a punta de querer seguir vivo bajas las escaleras, tratando de contener la herida. Y sales del edificio.

Eso es lo único que cuenta.

A ella no le interesará tu destino. Si lograste vivir o no. Lo primero que hará es seguir el rastro de sangre: ese desastre viscoso que ya se está convirtiendo en costra. Gotas aquí y allá. Un pequeño pozo pisado y revuelto cuando caíste en tu desespero. Un verdadero asco.

Ella buscará. Tratará de saber qué pasó. Porque le preocupa una cosa: ¿quién va a limpiar esta vaina?

Releo estas líneas y encuentro un error. Su primera reacción no será seguir el rastro. Más bien irá rápida y silenciosa a Planta Baja, cuidando de no pisar la sangre. ¿Irá a llamar a la policía? No.

Entra a su departamento y busca algo que siempre tiene a mano para casos de emergencia: un collarín.

Dos años deben haber pasado desde que se dio un golpe y le recetaron calmantes y collarín. Los mismos dos años en que es la única conserje en Caracas que tiene una señora que limpia por ella.

Cada vez que hay algo por hacer, alguna tarea más allá de cobrar o de avisar por intercomunicador que hoy cortan el agua, ella saca el collarín. Y asume su mueca de dolor.

Y entonces sí: con el collarín y la mueca, continuará su pesquisa. Es capaz de ir piso por piso (en ascensor, claro) contando que hay un reguero de sangre, preguntando si alguien de la casa se cortó, o si uno ha visto a algún vecino chorreando sangre por los pasillos. Hasta que encuentra a un sospechoso y regresa a Planta Baja. Saca un tobo, un haragán y un coleto. Los coloca a la vista, quizás al lado de la mancha más grande y se planta allí, chaparra y con las manitas cruzadas sobre el regazo, con su collarín y su dolor.

Pero ni se le ocurre dar un coletazo. Esta allí para contar a todo el que pase que el del piso 2 se cortó –o lo cortaron- y en lugar de taparse la herida o de ir a curarse en su apartamento, siguió hacia la calle ensuciando todo “hasta por allá”.

Suspirará, como siempre:
- Figúrese usted, ¿será que ahora yo tengo que limpiar esto?

Y si nada sucede, si no aparece un responsable rápido, llamará a la vieja de la junta de condominio, la que no trabaja. Y la vieja se preguntará, ¿a quién llamo primero? ¿a la señora que le limpia a la conserje o a la policía?

La de la junta sabe la respuesta que más conviene: alguien debe venir a mover ese coleto.

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