lunes, noviembre 20, 2006

TODOBICHODEUÑA – El Quijote: sendo loco

Como tantos otros ignorantes de los clásicos, durante mucho tiempo mantuve esa imagen de lo “quijotesco”. Aquello de que fulano era “un Quijote”, tan usado y abusado como pretendido sinónimo de idealismo, rectitud y empeño por hacer realidad un sueño luchando contra todo y en las peores condiciones de adversidad.

Y entonces llegó el comandante y mandó a leer…

Con la fiebre del IV Centenario de la publicación de Don Quijote de La Mancha compré esa magnífica edición de la Real Academia Española prologada por don Mario Vargas Llosa, excelso escribidor y enemigo ideológico de esta revolución que replicó regalando ejemplares de otro tiraje prologado por otro grande –de esos que aún celebran a tiranos y tiranuelos siempre y cuando digan ser de izquierda- apellidado, como vosotros todos sabeis, Saramago.

La idea del comandante me pareció acertada. Y me sumo al idealismo: carajo, ¿el mundo podría ser distinto si todos leyéramos Don Quijote? Necesario es vencer…

Por esos días algunos diputados y diputadas, algunos funcionarios y funcionarias, requeridos de un comentario a propósito de los libros obsequiados por el gobierno, señalaron que cómo no, que claro, que iban a aprovechar el momento para “releer” la magna obra de Miguel de Cervantes. Dijeron eso: releer. Yo mastiqué mi chicle, me torcí la gorra, me toqué el testículo a la siniestra y dije: Yeah, right!

Hay edades para entrarle a determinados libros. Y aquellos a los que uno abordó a destiempo tarde o temprano se nos revelarán en su entera dimensión. O en alguna, al menos, que nos enganche el alma. Creo que mi encuentro con el Quijote llegó en el momento justo y le estaré agradecido siempre al comandante por ese empeño que le dio con este libro imprescindible.

No pretendo aquí ni siquiera aproximar comentario crítico alguno acerca de algo tan grande. Para eso, lean a Vargas Llosa o a Saramago.

Lo que sí puedo afirmar sin temor a que los “cervantianos” me arrojen al fuego –si es que hay alguno perdiendo su tiempo en este blog- es que el Cervantes era una gran jodedor y Alonso Quijano era tremendo loco irresponsable. O yo no entendí nada, que también es otra posibilidad.

La lectura de ese castellano antiguo es música, una delicia rítmica que expande los pobres registros que uno atesora del idioma. Pero no por eso deja de ser uno de los textos más divertidos y estrafalarios que hayan pasado por estas toscas manos que Dios me dio y que no sirven para tocar el piano. Es así: don Miguelacho se inventó cada vaina más delirante que la otra y con tan buen humor –pese a lo duro que le golpeó la vida en más de una ocasión- que hoy, a cuatrocientos y pico de años de su publicación, éste pobre lectorcillo que está aquí todavía se ríe a carcajadas con su libro.

Pero fuera de las páginas, una de las cosas más singulares es la de esos que se equiparan al Quijote como arropándose con el manto de la virtud. Alonso Quijano era un hidalgo viniéndose a menos a quien le dio por andar jodiendo por la vida a cuenta de un mundo de fantasía: ni rescató a damiselas, ni hizo justicia, ni liberó a los oprimidos, ni mató a dragones ni a malhechores.

Todo lo contrario.

Alonso Quijano repartió golpes a quién no debía –aunque llevó más de los que pudo acertar-, hizo más entuertos que los que le tocaba “desfacer”, liberó a supuestos encantados que eran más bien tremendos choros de la época, suspiraba de amor por una mujer que además de fea ni bolas le paraba; se hizo acompañar por un tipo torpe, mal educado y avaricioso a quién sólo movía el interés por el dinero y el poder, y hasta a ese lo estafó con promesas jamás cumplidas. A su paso, lo que generalmente logró nuestro atarantado hidalgo fue causar problemas, enredarlo todo, perjudicar a gente inocente, violar las leyes y encima, fue objeto de burla de quienes supieron sacar partido de su locura. Y todo porque en su mente el mundo era distinto, era el de unos viejos libros que hablaban de cosas imposibles, de asuntos irreales, de hombres idealizados, de batallas de fantasía.

Y pensar que mi teniente coronel se cree que es un Quijote…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

justo por eso, el quijote es luchar en un mundo de fantasia, una cosa quijotesca,que no existe, solo en nuestra cabeza. y por ello, tambien, aquella frase: de buenas intenciones esta lleno el camino al infierno.

demalamadre dijo...

Caramba, hay fantasías de fantasías... La cosa es que está como sublimado ese concepto o esa idea de ser "un quijote", cuando la lectura del personaje te lo dibuja como un loco que puede ser hasta peligroso con su lanza, su caballo y su bacinica... Y claro, con su escudero vividor y ambicioso.

Rafael Osío Cabrices dijo...

Chamo, a mí me pasó exactamente lo mismo con el Quijote, que leí por vez primera con el cuatricentenario, pero en la edición de Chávez. Me pareció muy divertido -aunque un poco pasado de metraje- y el protagonista muy, muy loco. El Cervantes era un genio, sin duda. Pero de ahí a sentirme identificado con el Quijote, de tomarlo como héroe y tal, no, caballo. Con todo y lo pendejo que puedo ser, me siento algo más cerca del pragmatismo del gordo Sancho.
Ahora que digo esto, hoy 4 de diciembre de 2006, me pregunto: si uno debe asignar una condición chavista a uno y una antichavista al otro, entre Sancho y el Quijote, ¿cuál sería qué?

demalamadre dijo...

Por supuesto que Hugo quiere ser el Quijote en ese jueguito. Pa' algunas vainas está tan loco como el personaje, tiene ese delirio de justiciero, de héroe necesario, de último mohicano. Pero en lugar de una lanza y un escudo cagarrutas, tiene armas por coñazo. Y lo peor: tiene a un montón de sanchos panzas (algunos hasta llegaron sin tener panza y ahora les abulta) empujándolo y apoyándole para poder disfrutar del botín y agarrar lo que se pueda mientras el otro se va a la carga contra molinos y contra inocentes.
Lo que sí, es que el viejo Quijote era mucho más valiente: flaquito y mal arreglado, no le huía al combate ni se quedaba en el discurso.
Yo no me identifico ni con uno, ni con otros. Al menos por ahora... Ah, y no me digas "chamo".