miércoles, enero 30, 2008

DEPELICULA – En el Congo y a lo loco

Ahora todo el mundo quiere hacer una película sobre el Che. Ya he perdido la cuenta de las veces que he leído por ahí que sutano y mengano andan rodando la historia del “guerrillero heroico”. Y parece que el favorito, el que está de moda para encasquetarse la boina, es Benicio Del Toro, quien no conforme con una, está actuando en dos películas al mismo tiempo.

Qué ladilla con esta gente.

De momento no he escuchado que los manguangueros que se arriman a la Villa del Cine estén en la misma, aunque es más que seguro que algún guión peorro sobre eso tendrán en el archivo, arrumao esperando a que mejor sea el propio Farruco el que apruebe el suyo que contará con un realero descomunal para repartir y que podría estrenarse en el páramo merideño como venganza contra el comando loco ese que le derriba los monumentos que la revolución pone una y otra vez para homenajear a este nuevo prócer nacido en Argentina.

No se puede negar que la vida de Guevara tiene suficientes elementos emocionantes como para lograr una buena película. Y cuenta, coño, con esa ciega pasión que desata tanto entre pistoleros y delincuentes políticos, como en verdaderos creyentes marxistas y comeflores –y comemierdas, también- convencidos de que ese flaco desaseado y asmático podía cambiar al mundo con el poder de su tremenda voluntad.

Pero deben reconocer también que el tipo era ladilloso. Siempre con su cara de culo, midiendo a la gente por sus conocimientos de marxismo, juzgando a todo el mundo, hablando día y noche de sus pendejeras revolucionarias, viviendo siempre con lo mínimo, monotemático, sectario, exigiendo que para ser su amigo debías creer en lo mismo que él, fastidiando con que si tú tienes unos pesos de más que debes darle a otro, exigiendo demasiados sacrificios sin permitirse momentos para el disfrute y siempre arrecho, todo el tiempo arrecho.

Así que por si le interesa a la Villa del Cine tengo una propuesta para otra mirada cinematográfica del Che.

Hay que olvidarse del roñoso viajecito en la moto en el que supuestamente despertó la vena libertaria de Ernestico y se reforzó su temprana costumbre de huirle a la ducha. Ese ya es momento superado y que se quede con su bacalao el pinche Gael García. Desechemos también todo ese asunto de la Sierra Maestra, los zancudos, las matazones, la cagadera en el monte, los coñazos a los guajiros, los primeros fusilamientos, el maluco de Batista y Fidel con su cocinero personal. A lo mejor Benicio se ocupa de eso.

Lo mismo que de la vida en La Habana ya montados en el poder: eso de las erradas concepciones económicas que arruinaron a la isla, su vida hogareña, los juicios sumarios y el paredón pintado de sangre, la oficina en el Banco Central, los entrenamientos para exportar guerrilleros, los discursos de Fidel y toda esa vaina. Ahí te dejo eso Benicio.

Lo que propongo es concentrarnos en su experimento en el Congo. Esa sí que es una buena película. Sería una comedia del carajo en la que además podríamos aprovechar los estrechos contactos del gobierno con la comunidad afroamericana del star system gringo.

La historia es así: nos ubicamos en 1965, el continente africano está candente, encendido en luchas anti-coloniales y anti-imperialistas y toda esa vaina. Por alguna razón los cubanos creen que por ahí arderá la mecha y andan prometiendo por todos lados que enviarán combatientes para que entrenen a aquel negrerío alzado y les ayuden a hacer sus revoluciones.

Podría comenzar la vaina en un hotel lujoso de Dar es Salam (antes Tanganyika, creo) donde se han reunido los líderes de la revuelta congoleña: un montón de carajos que no pueden ponerse de acuerdo en nada y que, en realidad, se tienen su arrecherita unos contra otros. De entre ellos destacan tres, que vendrían a ser coprotagonistas de la película: Gaston Soumaliot, Christophe Gbenye y Laurent Kabila.

Aquí es donde entran las figuras de Hollywood. No estoy muy seguro de si elegir entre Chris Rock, o si Will Smith tiene ganas de volver a la comedia, o si alguno de esos que siempre hacen de policías o ladrones gozones pudiera encajar bien con el papel, por ejemplo, del vago Soumaliot, pero lo que sí se ve clarito, es que el negro Danny Glover tiene que ser Kabila, un individuo guabinoso, que le cayó a cobas al Che desde el primer día que lo vio y que se pasaba los días no peleando al lado de sus hombres sino holgazaneando en una ciudad portuaria repleta de bares y burdeles.

El Che hizo conexión inmediata con Kabila. No por las putas ni los bares, sino porque ese era el que parecía coincidir con él en lo mismo que hasta hoy nos repiten: que el enemigo es el imperialismo norteamericano.

Entonces está ahí nuestro Che, que pudiera ser el actor Fernando Carrillo con cabello postizo y rebajando un poco la papa. O pudiera ser el Che del 23, luego de unas clasecitas de actuación. Porque el personaje del Che tiene que ser como el original: un ladillao, fanático que buscaba llevar orden y disciplina a unos carajos que jamás podían haber entrado por el aro.

Tenemos esta escena en la que los congoleses hablan ruidosamente, todos dentro del salón de un hotel de lujo, gritan, gesticulan, comen, beben y su único plan de guerra es pedirle plata y hombres a Cuba. Y el Che tragándose la arrechera y ocultando lo que en verdad quería decirles: “vayansé a la puta que los parió grones de mierda”.

Guevara prepara su salida de Cuba con sigilo. Eso no es necesario que lo veamos mucho, quizás algunos momentos de reflexión, unas miraditas compasivas a los hijos que dejaba abandonados y cosas por el estilo, pero sí se puede usar como leit motiv la voz en off de Castro como disparador de múltiples arrecheras: “Che, ¿por qué no te vas para Africa?”.

La reputa que lo parió.

Y volvemos a Dar es Salam. Tres enviados cubanos han llegado. Uno es el Che disfrazado. Sin boina, con el coco raspado y con lentes, nadie lo reconoce. Mucho menos en Africa.

Kabila no está. Anda de joda en El Cairo. Un operario político conduce a los cubanos a la base de los rebeldes en el monte. Es una cosa caótica: mal organizada, con rencillas tribales, habladeras de paja de unos contra otros, con soldados que prefieren irse de putas antes que de combate y con figurones como el propio Kabila que promete llegar en 15 días pero nunca aparece.

Vemos al Che con tremenda rabia y con ganas de fusilar a unos cuantos, mientras a su alrededor todos andan en otra vaina: guisando con los medicamentos, tumbándose la ayuda de los demás países, agarrando gonorreas… El Che intenta participar pero nadie le para bolas a ese pelao. Se mete a ayudar en el hospital y lo que encuentra es “rebeldes” con enfermedades venéreas (Eddie Murphy podría hacer un cameo) y pendejos que se hirieron con sus propias armas.

Se puede jugar aquí con algunas secuencias que exploten algo con lo que no contaba el Che: con la superstición de los nativos. Se me ocurre inventarnos a la Gran Puta de Kigoma, el pueblo con burdeles a donde todos quieren ir a cumplir misiones. La Gran Puta de Kigoma ejerce su demoníaca atracción desde la distancia. Los guerrilleros sienten su llamado en las noches, se olvidan de combatir, de comer, de cumplir órdenes y sólo quieren ir al encuentro con ella: una negra hermosa, seductora, altiva y fogosa pero hasta las metras de gonococos.

Es obvio que ese papel sólo puede pertenecer a una sola mujer en la bolita del mundo: la sin par Naomi, la pantera de Miraflores…

Pudiéramos mandar al Che a combatir a esa demonia. A esa diabla. Después de un mes sin bañarse, el argentino puede hacerse inmune al foco de gonococos de la Gran Puta de Kigoma. Así que arremete contra ella en una noche de pasión en la que parece que nuestro héroe está a punto de dejar la lucha atrapado por aquella peligrosa femme fatale. Pero se impone el guerrillero heroico y su herrumbroso armamento inocula nuevas bacterias en el cuerpo de la Gran Puta de Kigoma que anulan a los gonococos que la mantienen con vida. En este punto tenemos que decidir si ceder a la tentación de la ciencia ficción: ¿se desvanece ella convertida en un montón de ceniza? ¿o simplemente pierde sus poderes? ¿queda ella viva y enamorada para siempre del Che? ¿o se va al destierro en Ruanda y jura venganza? Eso hay que examinarlo.

Después tenemos el factor dawa.

La dawa es una poción mágica que tomaban los hombres antes de entablar combate: si no hay dawa, no hay pelea. Esa poción les hace invulnerables, inmunes a las balas, burladores de la muerte. Pobres güevones: por andar creyendo en eso se murieron unos cuantos.

Y tenemos también el factor caña: a los jefezotes congoleses les gustaba caerse a palos hasta la inconsciencia.

Imaginar a un tipo tan serio como Guevara en ese escenario debe tener su filón cómico. Oficiales curdos, soldados que confiaban más en la dawa que en el fusil que llevaban, una revolución que sólo se mordía el rabo caminando en círculos; pequeños ejércitos de hombres perezosos, comandantes gozones concentrados en seguir pidiendo ayuda económica y armas a China y a la Unión Soviética; decenas de “bajas” por gonorrea; congoleses empeñados en mandar a los cubanos a combatir en las zonas más difíciles; cubanos enfermos; Kabila prometiendo visitas que nunca se daban; batallas perdidas con rebeldes marcando la milla o negándose a entrar en combate; a esos negros cagándose de risa cada vez que el Che explotaba y les sacaba la madre en francés y swahili; derrotas atribuidas a la “mala dawa”, a la incompetencia del brujo… y el Che, ecito, creyendo que en cinco años aquello iba a ser la Sierra Maestra de Africa.

Ahí está la idea. Si alguien le echa bolas, sólo espero que me pichen algo de los reales que afloje la Villa en mi condición de autor original. Yo, como todos esos que explotan la historia del Che y ponen caras de tipos muy preocupados por las injusticias del capitalismo, sólo quiero levantar unos reales. ¿O ustedes han visto que Gael y Benicio y todos los demás –incluyendo los amigos del Che que escribieron libros y todavía sacan provecho- hayan destinado la plata que se ganaron a alguna obra de caridad para los tantos jodidos que hay en el mundo?

Y antes de que salga algún amante de Guevara a quejarse: lo del Congo es la puritica historia verdadera, contada –para que sepas- por el mismo Ernesto Guevara. Mi aporte aquí es, creador al fin, eso a lo que le dicen “tratamiento cinematográfico”.

Quedan cosas en el aire: ¿Cómo podría llamarse la obra? ¿Dejarán que actúe Fabiola Colmenares? ¿Será que puedo contratar al Budú? ¿Cómo hago para incluir a Edgar Ramírez en el reparto? ¿Podré filmar algunas escenas “de ensueño” en el jardín de la casa de Diego Rísquez?

viernes, enero 11, 2008

QUENOHAY – Ah, era eso

De verdad que uno trata de vez en cuando de no pararles mucho. Se dedica uno a la contemplación de mejores panoramas, quizás a las drogas recreativas, de repente a sólo mirar series por cable y a rascarse la panza, por no decir las bolas. En fin, a tratar de sacudirse un poco el polvillo hediondo de los revolucionarios y sus vainas.

Pero la maldita costumbre de leer los periódicos te jode.

Porque es arrecho eso de encontrarse hoy con el presidente del Indecu diciendo que entre él y su panita del Minpopoinli… el Ministerio de Industrias Ligeras, han determinado que el desabastecimiento es “virtual”, que no existe “de verdad”.

Lo que cuenta este genio llamado Samuel Ruh es que en diciembre a la gente le da por gastarse todos los reales comprando, no sólo caña y electrodomésticos supongo, sino que también les pica por andar llevando comida para la casa. Todos, como una cuerda de locos, quieren comer más y más en diciembre y entonces invierten sus utilidades en pollo, carne, leche, harina y huevos.

Bueno, la invertirían en eso si es que se les presentara “de verdad” la oportunidad.

Todo lo demás es mentira. Una campaña mediática, una conjura oligarca para desprestigiar a Chávez, el futuro gran señor de la Antártida, salvador de focas y crustáceos polares.

Los revo se cambian el cassette cuando el jefe lo ordena, pero no alteran el método. Hasta que el comandante lo dijo no había en este país ni delincuencia ni corrupción ni basura en la calle. Pero ahora el iluminado compartió su luz con el resto de sus acólitos y hete aquí que ahí estaban ese montón de muertos y de atracados y de ladrones 4x4.

Antes, todo eso formaba parte de una conspiración de la canalla mediática. Lo mismo que la escasez. Como si Ruh de verdad estuviera convencido de que este país lo habitan una sarta de pendejos a los que puedes engañar con semejante mediocridad. Como si Ruh pudiera –sin la camisita roja y el carnet- ir a comprar ahorita mismo un litro de leche en el abasto de la esquina.

Más pendejo serás tú, Samuel Ruh.

lunes, enero 07, 2008

YONOFUI - Fraudes científicos

LUIS MIGUEL ARIZA 06/01/2008 - EL PAIS SEMANAL

Insólitos descubrimientos: la fusión de células de tomate y toro, clonaciones, tribus perdidas, eslabones perdidos del ser humano. Pudieron cambiar la historia, pero tenían un inconveniente: todos eran mentira.

Paul Kammerer, uno de los biólogos más importantes de la primera mitad del siglo XX, aclamado en su momento como el nuevo Charles Darwin, se pegó un tiro un día de septiembre de 1926 en un camino forestal al sur de Viena, su ciudad natal. Por culpa de un sapo partero.

Kammerer estaba convencido de que las habilidades que los animales adquieren pasan a sus descendientes; una teoría evolutiva expuesta un siglo antes por el gran zoólogo francés Jean Baptiste Lamarck, que explicaba por qué las jirafas tienen cuellos tan largos (al haberse esforzado durante generaciones para alcanzar las ramas y hojas más altas).

Así que Kammerer se dedicó en cuerpo y alma a demostrar esta herencia de los caracteres adquiridos. Durante años habituó a los sapos parteros a que se apareasen en el agua –como hacen las ranas– en vez de en tierra. A la rana macho, cuando tiene que montar a la hembra para que expulse los huevos que debe fecundar, le salen unas diminutas espinas en sus dedos traseros que le permiten agarrarse mejor a la resbaladiza espalda de su compañera. Los descendientes de los sapos de Kammerer, obligados a procrear en el agua, desarrollaron aparentemente estas miniespinas en los dedos, causando asombro a los científicos en una reunión de Cambridge (Reino Unido) en 1923. ¡Darwin estaba equivocado!

Pero en 1926, Kingsley Noble, un herpetólogo del Museo Americano de Historia Natural, visitó a Kammerer en su laboratorio y se quedó atónito al descubrir que al famoso sapo le habían inyectado tinta china en los dedos para resaltar lo que no tenía.

El fraude, publicado en Nature, destruyó la carrera –y la vida– del zoólogo vienés. Poco antes de su muerte admitía las conclusiones de Noble, aunque defendió su inocencia. En una conversación con un amigo suyo llegó a exclamar: “¿Crees que soy un zoquete o un idiota? Eso es lo que sería si hubiera permitido este fraude con tinta en mi laboratorio, abriendo las puertas a muchos enemigos o espías…”. El suicidio, sin embargo, sugiere que tuvo mucho que ver. El escritor Arthur Koestler, en su obra El caso del sapo partero, sugirió en 1971 que algún simpatizante nazi podía haber llevado a cabo el sabotaje (Kammerer era un socialista y se disponía a establecerse en la Unión Soviética).

¿Por qué un científico inteligente y capaz haría algo así? La pregunta sigue vigente. En 1970, William T. Summerlin se convirtió en una celebridad en el campo del trasplante de órganos gracias a un experimento que llevó a cabo en la Universidad de Stanford un año antes: había trasplantado piel humana de una persona de raza blanca a un paciente de color sin mostrar rechazo aparente.

Summerlin se trasladó al prestigioso Instituto Sloan Kettering, donde en 1974 injertó piel de la espalda de dos ratones negros en dos albinos. Su técnica para evitar el rechazo consistía en cultivar la piel en un plato de nutrientes durante semanas antes del trasplante. A la hora de mostrar los resultados, Summerlin observó con horror que la piel injertada se estaba blanqueando, signo de que las cosas no iban bien. De forma impulsiva, Summerlin ¡oscureció la piel injertada con un rotulador! Al verse descubierto, su carrera y reputación quedaron destruidas. Pasó a la historia por el caso de los ratones pintados.

Sinichi Fujimura, un arqueólogo japonés, adquirió fama mundial al descubrir en 1981 las cerámicas más antiguas en Japón, con una edad de 40.000 años. Su fulgurante carrera como arqueólogo no parecía conocer límites, ya que con cada hallazgo suyo empujaba un poco más atrás en el tiempo la prehistoria japonesa.

En octubre de 2000 anunció un descubrimiento revolucionario cerca de la localidad de Tsukidate: que había desenterrado, siete años atrás, utensilios trabajados y agujeros que soportaron pilares antiguos de 600.000 años. Pero en noviembre de ese año, un fotógrafo del periódico Mainichi Shimbun cazó a Fujimura mientras colocaba los objetos y agujereaba el suelo. La conmoción del público fue tremenda –se habían reescrito incluso libros de texto en las escuelas gracias al empuje popular de la arqueología de Fujimura–, y cuando se le preguntó, ésta fue su respuesta: “El diablo me impulsó a hacerlo”.

La tentación ronda a los científicos, considerados muchas veces por el público como seres neutrales y románticos en busca de una verdad absoluta. La línea que separa el fraude de la deshonestidad a veces no es tan clara. Francisco Anguita, planetólogo de la Universidad Complutense, lo explica así: “Una cosa que pasa a menudo en la ciencia es que se tiende a exagerar los resultados obtenidos. El mensaje es: qué importante soy, déme más dinero”.

Para Anguita, esta actitud no llega a ser fraudulenta, pero puede dar lugar a comportamientos no demasiado honestos: por algo se empieza. En sus clases pone como ejemplo el escándalo periodístico y científico originado en 2000 cuando un geólogo británico, Simon Day, divulgó un informe que presentaba al volcán Cumbre Vieja, en la isla de la Palma, como “inestable”, susceptible de derrumbarse ante la siguiente erupción; el tsunami que generaría debido a una inconcebible cantidad de rocas vertidas al mar sería el más grande jamás observado: olas de 600 metros de altura arrasarían el Caribe y la costa oriental de Estados Unidos.

La percepción de los medios y el mensaje que llegó al público era que la catástrofe podía suceder en un espacio de tiempo como para preocuparse. La BBC se hizo eco de ello en un reportaje sensacionalista, cuando lo cierto es que un fenómeno de estas características sucede a escalas geológicas cada centenares de miles de años. Casualmente, algunos de los profetas que opinaron en el programa de la BBC, como el vulcanólogo Bill McGuire –con respetables laureles académicos–, asesoran a compañías de seguros.

La deshonestidad en la ciencia tiene muchas caras. Los científicos deshonestos juegan con la credulidad del público, y no tenemos más remedio que creerlos hasta que la comunidad científica los caza. Sin embargo, hay afirmaciones publicitadas que van contra el sentido común. Hagamos un poco de gimnasia mental con las siguientes historias. ¿Tiene usted un buen nivel de escepticismo?

El 31 de marzo de 1983, la revista New Scientist publicó una asombrosa historia: científicos habían fusionado células de tomate con las de un toro mediante un “choque térmico” para crear “el primer híbrido entre planta y animal”. ¡Noticia bomba! Barry MacDonald y William Wimpey, de la Universidad de Hamburgo, observaron cómo su Frankenstein mitad vegetal y mitad animal crecía en un medio de cultivo con nutrientes como una planta de un tomate, pero tenía “una piel dura, como de cuero, y cuyas flores eran sólo polinizadas por tábanos”.

El siguiente paso sería la creación de un superhíbrido entre el tomate, el toro y el trigo. Un mes después, la revista reproducía las cartas y las carcajadas de los lectores avezados, congratulándose por abrir una sección de humor (la noticia era una broma típica del primer día de abril, que en la tradición anglosajona equivale al día de los Inocentes en España). Sin embargo, New Scientist recibió la “ansiosa” llamada de un periodista sueco que habría reproducido fielmente la historia en su columna semanal de ciencia, y que había sido retado por dos profesores para demostrar si era cierta.

La siguiente es aún más increíble. En 1957, Harald Stümpke, del intrigante Instituto Darwin de Ayayai, y Gerolf Steiner, un profesor de zoología de la Universidad de Heidelberg (Alemania), presentaron un extenso trabajo que hablaba de un nuevo orden de mamíferos, los rinogrados –también llamados narigudos–, describiéndolos como extraordinarios animales que andaban, se alimentaban y cazaban… ¡sólo con la nariz! Había dibujos en los que estas criaturas, parecidas a ratones, tenían trompas tentaculadas para simular los pétalos de una flor, atrapar insectos, propulsarse hacia atrás con ayudas de grandes orejas estilo Dumbo… y un sinfín de maravillas.

Los autores describían minuciosamente casi una treintena de géneros. Los narigudos vivían en el archipiélago de Ayayai, en el Pacífico, pero una explosión nuclear llevada en secreto a 200 kilómetros destruyó la isla, hundiéndose con ella uno de los autores, Stümpke, el único que los había visto. La prestigiosa editorial francesa Masson tradujo la obra en 1962, y un biólogo de renombre, Pierre Grassè, profesor de la Sorbona de París, expresó en el prólogo su admiración por el trabajo al presentar “hechos nuevos, insospechados” que además “invitaban al hombre de ciencia a reflexionar sobre las causas de la diversificación de los seres vivos sobre nuestro planeta…”.

La revista Natural History publicó un extracto del trabajo en 1967 (¡el primer día de abril!) y recibió cartas que lamentaban el destino final de los narigudos y protestas por la destrucción de su hábitat. El trabajo original y Stümpke eran pura invención de Steiner, un chiste zoológico para explicar el concepto de evolución a sus alumnos. Para algunos fue tomado en serio.

A comienzos de los setenta se descubrió en la isla de Mindanao, en Filipinas, una tribu prehistórica que había permanecido aislada del mundo: los tasaday. No tenían ropa, ni cultivaban ni criaban animales. Ni siquiera poseían armas con las que cazar y vivían en cuevas, llevando una vida penosa en el bosque.

Su existencia llegó a oídos de Manuel Elizalde, un ministro del dictador Ferdinand Marcos, en 1971, y un año después, el Gobierno filipino organizó una expedición donde una legión de científicos sociales y periodistas tuvieron la ocasión de asombrarse ante el hallazgo. Se escribieron libros, estudios lingüísticos y publicaciones en revistas técnicas, y National Geographic dedicó una portada a la gente de “la edad de piedra”, con magníficas fotos en color. ¡El descubrimiento antropológico del siglo!

Pero en 1974 se impuso la ley marcial en Filipinas y se prohibió el acceso a la isla, aislamiento que duró hasta el final del régimen, en 1986. Fue entonces cuando se descubrió que los tasaday llevaban camisetas y pantalones y dormían en camas de madera. Uno de ellos reveló a un periodista sueco que el propio Elizalde –que tuvo que huir del país por desfalco, una vez acabada la dictadura– les había persuadido para que posaran en las cuevas ante los fotógrafos como una tribu prehistórica. Toda una farsa.

A finales de 2005, la revista Science retiró el famoso artículo de las células humanas clonadas obtenidas de pacientes del coreano Hwang Woo-Suk, y en enero del siguiente año, los cimientos de la revista temblaron aún más cuando se supo que había falsificado todos los datos (incluidos los de la obtención de células embrionarias a partir de lo que sería el primer embrión clonado recogidos por la misma publicación en 2004).

Science había anunciado la maravilla a bombo y platillo durante el verano, y seis meses después el fiasco hizo sonrojar a sus responsables, el comité de revisión encargado de velar por la credibilidad de los trabajos publicados. ¡Una mentira pura y dura! La respuesta del editor de Science fue que, simplemente, a la hora de publicar los trabajos, los responsables de la publicación daban por hecho que los científicos son honestos y dicen la verdad. Hasta entonces, la carrera del científico coreano iba como la espuma. “Si alguien miente, no importa que sea un científico o alguien que quiera hacernos creer que posee poderes paranormales”, asegura James Randi a El País Semanal. “Si se trata de un científico, es como si un oficial de policía cometiera un crimen. Tiene una doble responsabilidad”.

Randi tiene el sobrenombre de El Asombroso Randi. Calvo, con una poblada barba blanca y gafas de pasta, parece un profeta de la ciencia. Pero Randi no es un científico, sino un mago profesional, quizá de los mejores. El propio Carl Sagan reconocía que no conocía a nadie que había trabajado con tanto ahínco para desenmascarar a los psíquicos, los tramposos y los chiflados del mundo paranormal. Su labor fue reconocida por Isaac Asimov o el Nobel de Física Richard Feynman.

Pero Randi también se ha significado por mostrar la credulidad y deshonestidad de los científicos, y se le ha requerido para investigar clamorosos hallazgos científicos, como el caso de la “memoria del agua” –por el que un inmunólogo francés publicó en Nature que el agua era capaz de retener la memoria de las partículas disueltas en ella– y probar su falsedad.

Randi no sólo se ha hecho famoso por destruir a la legión de farsantes como Uri Geller, el doblador de cucharas, y otros tantos que se pasean a menudo con la bendición de los medios de comunicación, sino que además ha apostado dinero en ello a través de la Fundación para la Educación que lleva su nombre. “En los sesenta estaba participando en un programa de Nueva York y un parapsicólogo me retó diciéndome: ¿por qué no pones tu dinero donde está tu boca? Y dije, bien, cogí 1.000 dólares para pagar a cualquier persona que pudiera demostrarme que tuviera evidencia sobre poderes paranormales. Por supuesto, nadie los reclamó”.

La recompensa subió hasta 10.000 dólares, hasta que un filántropo de Virginia le proporcionó un millón de dólares, con estas palabras: “Ahora tienes algo bueno que ofrecer”. ¿Y qué es lo que ha ocurrido? Randi ha comentado jocosamente que nunca un millón de dólares estuvo tan a salvo.

Este mago explica que ha examinado a muchos que honestamente creen poseer poderes paranormales y que simplemente resultó que estaban equivocados o confundidos. Sin embargo, para Randi, los científicos que cometen fraudes a sabiendas y los “psíquicos” como Geller que tratan de engañar a sabiendas deben meterse en el mismo saco.

Es posible que a muchos esta conclusión parezca excesivamente dura. Quizá más chocante aún es comprobar cómo los científicos pueden a veces resultar increíblemente crédulos. La lista de los que se han visto seducidos por la seudociencia es larga, empezando por Harold Puthoff, un físico en cuyo currículo figura que ha publicado artículos en electrodinámica cuántica –y que ahora dirige el “Instituto de Estudios Avanzados” en Austin, Tejas (entre cuyos temas de investigación destaca el estudio de “misteriosos triángulos voladores con luces” avistados en todo el territorio norteamericano), y Russell Targ, que ha llevado a cabo investigaciones en láser. Ambos concluyeron que Geller tenía poderes genuinos y publicaron en 1974 un artículo en Nature, cuya editorial justifica el motivo de la publicación para mostrar el sistema de experimentación usado en parapsicología, con resultados débiles y poco concluyentes.

El físico británico John Taylor, del King’s College de Londres, estaba convencido de los poderes del psíquico israelí hasta que recibió la visita de Randi. “Le encontré en su laboratorio y le volví loco completamente, no sabía cómo se hacían los trucos”, relata este mago. “Se enfadó mucho, ya que se dio cuenta de que Geller usó con él las mismas triquiñuelas”.

Un ejemplo aún más llamativo lo encontramos en la Sociedad Física Americana, una organización mastodóntica compuesta de 40.000 miembros en todo el mundo y que reúne a la flor y la nata de la física mundial. Varios de sus miembros validan y aceptan la “habilidad” de los zahoríes a la hora de adivinar, usando varas o péndulos, dónde se encuentran depósitos ocultos de agua bajo tierra. La radiestesia a veces es objeto de comunicaciones y comentarios favorables dentro del seno de esta sociedad. Entre las “especialidades” de esta disciplina seudocientífica se encuentra la adivinación de la localización de objetos y personas perdidas.

Esta credulidad puede explicarse por algo que Randi describe como el síndrome de la torre de marfil: el científico vive encastillado en su educación académica y sólo trata con gente académica. Muchas veces no quiere saber nada de lo que sucede fuera. Cuando se produce este primer contacto, los científicos ingenuos son engañados. “Ser listo es muy diferente de ser inteligente. La educación no le hace a uno más listo, sólo más educado”.

Hay varios motivos por los que un investigador decide arruinar su carrera por una mentira. Para Benjamin Radford, director de la revista Skeptical Enquirer, el prestigio es uno de ellos. “Alguien que desea que su nombre pase a la historia como el de un gran científico o descubridor”.

El anuncio de la fusión fría, realizado el 23 de marzo de 1989 en la Universidad de Utah (EE UU), dio la vuelta al mundo. Ese día, un químico llamado Stanley Pons convoca una rueda de prensa –junto con su compañero Martin Fleischmann– y enseña un frasco con dos electrodos de metal sumergidos en agua pesada. Con voz tímida afirma: “Hemos establecido una reacción de fusión sostenida por medios muy sencillos” (por la que átomos de hidrógeno pesado se fusionan para formar helio) en la que “sale más energía de la que ponemos”. Fleischmann dice por su parte: “Parece que podemos conseguir fusión indefinida en un instrumento relativamente barato”, y recalca: “Es absolutamente esencial establecer la ciencia básica del fenómeno”.

Desde luego que merece la pena validar lo que sería el mayor descubrimiento energético de la humanidad. Los científicos se lanzan a ello en cuestión de horas. A finales de mayo de ese año, el Departamento de Energía de Estados Unidos concluye que la evidencia sobre la fusión fría no era convincente.

¿Otro fraude más? “Cuando Pons y Fleischmann hicieron este anuncio sobre fusión fría, creían en ello, y no hubo intento de mentir”, dice Radford. Fiascos como los de Science dando crédito a las mentiras de Hwang Woo-Suk podrían explicarse debido a la alta cantidad de trabajos científicos y estudios “que se publican cada año, por lo que uno no puede contrastar dos veces cada referencia o suposición”.

Sin embargo, si echamos un vistazo a la historia, encontramos aspectos en común. Joe Nickell es un investigador de lo paranormal, los fraudes científicos e históricos. Su perfil –aunque parezca una redundancia– se sale de la normalidad. Se le ha llamado “El moderno Sherlock Holmes” o el verdadero “Agente Scully” (el componente escéptico del equipo del FBI de la serie televisiva Expediente X). La gente cree fotografiar fantasmas en casas supuestamente encantadas, fantasmas que no ha visto con sus ojos. Son “simples reflejos de las partículas de polvo que rebotan la luz del flash”. Aquellos que dicen haber visto al monstruo del lago Ness –Nessie– están viendo una nutria, ya que estos animales “nadan en línea” y lo hacen muy rápido, de forma que “parecen exactamente una serpiente de mar”.

El escándalo de las falsas células madre clonadas de Hwang tiene muchas similitudes con el fraude favorito de Nickell, el Hombre de Piltdown: un ser humano con un cerebro grande y mandíbula simiesca encontrado en 1912 por el arqueólogo aficionado Charles Dawson. Bautizado como Eoanthropus dawsoni, y con una edad de medio millón de años, fue proclamado a los cuatro vientos como el eslabón perdido entre el hombre y el mono. Más de cuatro décadas después, se descubrió que la mandíbula era de un orangután. Para Nickell, Dawson es el autor del fraude. El cráneo fue hallado cerca del pueblo de Uckfield, en Sussex (Reino Unido), y “al igual que las falsas células clonadas, sucedió en las fronteras de la ciencia, algo que empujaba adelante el conocimiento para proporcionar el eslabón perdido de Darwin”.

El propio Dawson había expresado claramente que “esperaba el gran descubrimiento que parece no llegar nunca” en 1909. Y no era la primera falsificación que hacía; tenía una lista previa de al menos 38 fraudes. No importó. Flotaba en el ambiente el deseo de que Inglaterra fuera la cuna de la humanidad.

Quizá en Corea se respiraba un clima similar por las hazañas previas de Hwang Woo-Suk, en las que figuraba la clonación de un perro. “Verse aclamado por el mundo es una motivación humana muy poderosa”, destaca Nickell. Dawson se encontrara siempre presente cuando aparecía una nueva maravilla. Sin embargo, al morir, en 1916, dejaron de aparecer más restos. En palabras de Stephen Jay Gould, no hicieron un buen trabajo. El mejor logro fue dar el color adecuado a los huesos. El Hombre de Piltdown supuso un retroceso de décadas en el pensamiento de la paleoantropología.

La seudociencia y las mentiras científicas no son más que el exponente de que el ser humano es “un creyente instintivo”, nos dice este detective de lo paranormal. Los engaños de las estatuas santas que lloran no cambian el pensamiento de los fieles ni dañan especialmente sus sentimientos religiosos: si el fraude se demuestra en un caso, siempre habrá estatuas que lagrimeen de verdad. La Sábana Santa – de la cual Nickell ha hecho réplicas casi idénticas– es en realidad una pintura hecha sobre tela cuya historia no se remonta más allá del siglo XIV, pero la gente sigue creyendo en ella, y además se insiste en los templarios: “Cualquier misterio tiene templarios hoy día”.