jueves, abril 03, 2008

GASTROJARTERA – Con la sencillez hemos topado

Por un momento no supe qué pensar. Dejé el papel, abrí una cerveza, busqué una lata de maní, abrí otra solera y lo único que tenía claro era esa sensación de molestia por lo que acababa de leer.

Claro que no era una vaina del gobierno: con eso las arrecheras son inmediatas.

Era ese artículo de Sumito –el chef, quién más- en el que se mostraba tan cautivado por la sencillez en materia de restaurantes que no resistió la tentación de intitularlo “La sencillez”.

Como anduve fuera de esta patria enferma no lo leí en su momento. Pero mi madre, siempre pendiente de las cosas que puedan alimentar agruras en sus vástagos, deslizó el recorte previendo reacciones.

Lo primero que sorprende es la confesión de que fue en Buenos Aires donde el cocinero multimedia vino a conocer los encantos de la sencillez. De la humildad, casi se podría decir. Le costó entonces sus buenos años y mira tú que Argentina, el país que ha dado tanto material para chistes de egos sobredimensionados haya sido el lugar de ese aprendizaje. A nuestro héroe, al poeta –así le han dicho en este blog-, le encantó así de repente que en un bolichito, que en la parrilla de la esquina, que en cualquier sucucho de un barrio porteño te sirvan buena comida: un buen ragú, una pizzita como Dios manda, un bife de chorizo, el matahambre… toda esa vaina. Y barato.

Y como “sólo los estúpidos no cambian de opinión” –que dijo Teodoro- el poeta entendió que ese era el camino, que ahí, en la sencillez estaba la clave.

Cito un extracto: “¿Hay mejores restaurantes en Caracas que en Buenos Aires? Este comentario posee un origen curioso. Cuando en Venezuela tenemos un invitado extranjero, solemos invitarlo a un restaurante emblemático en el que cada detalle haya sido estudiado y cuidado. Sitios en los que casi con seguridad seremos testigos de un menú que refleja magias ajenas a nuestra cotidianidad. En cambio, en Argentina, resulta normal que la invitación o la recomendación apunte hacia un agradable "boliche" familiar en el cual el dueño es quien atiende y la comida es absolutamente casera. Detrás de ambas idiosincrasias se esconde la confusión. Nosotros en Venezuela tenemos la tendencia de ir a los restaurantes por tratarse de una ocasión especial (negocio, aniversario, invitación, dinero ahorrado, etc.) y los argentinos entienden que salir, la noche que les provoque, es un derecho de vida”.

Casi sin querer queriendo el cocinero nos va vendiendo una especie de nuevo ideal gastronómico, celebrando la cocina honrada y económica, el lugar sencillo donde no todo sea perfecto y lo que en verdad importe sea justamente lo que nos ponen en el plato.

Cito más: “…envidio la noche masiva y cotidiana de las ciudades en la que los clientes aceptan que no hayan mesoneros que salten con un encendedor al primer asomo de un cigarro o acepten que la copa vacía puede ser llenada por ellos mismos en un vaso y no una copa. A cambio han ganado la posibilidad de salir. Pierde el dinero, gana la sencillez”.

Así, como hecho el pendejo, Sumito se escurre, abre una compuerta y se sale de un lugar en el que casi siempre ha estado: en el de quienes cocinan en locales de lujo, impecables y relucientes, donde te clavan en la cuenta lo que le pagaron al diseñador (digamos, Totón), al decorador, al importador de granito y hasta las clases de francés al pendejo ese que nació en Chabasquén y recita la carta de vinos como si acabara de llegar de Burdeos.

Ay, Sibaris, te recuerdo así: pomposo, caro y comemierda.
Ay, Piso 5 del Tolón con todo tu exceso de madera color bengué.
Ay, Alto, cuánto tiempo pasará antes de que te caiga el Indecu.

Ha sido una constante en el país. Así que no se entienda que la vaina es patrimonio de Sumito. Nada de eso. Hay que ser justos: eso es peo de los delnogales, gruposara y demás especimenes.

Aquí se trata de que te crean que eres lo mejor y más exclusivo, en función de lo caro que cobras y lo bien que maquillas las paredes. Casi como las putas. Quien tenga edad suficiente recordará el primer McDonald’s de Caracas (y de Venezuela). Lo abrió un carajo cuyo nombre no recuerdo y pretendió que por pionero podía hacer pasar al Big Mac como un artículo de lujo y así lo cobraba. Hasta que desde el imperio le dijeron que se dejara de vainas, que eso era comida popular, almuerzo de obreros white trash y afroamericanos con sobre peso. Pero el hombrecito no era pendejo: tenía el nombre registrado y Ronald McDonald tuvo que bajarse de lo lindo para poder controlar su negocio.

Pero volvamos a lo nuestro. Luego de circular por el mismo carril durante bastante tiempo, Sumito nos propone un nuevo tema: la sencillez. La cosita pequeña, el calor humano, la proximidad y el precio justo. Eso está bien. Pero que no se haga. Después de los excesos, parece que anda un virus de rectificación rondando por ahí. Sumito tomó la delantera y no sólo puso su comedor en Chuao, sino que se erige como el profeta de la tendencia que aspira se ponga en boga. No es por nada que la descripción que hace del lugar que le gusta –eso de que la gente se sirva vino y encima lo haga en un vaso- es justamente el que él montó: en el comedor de Chuao uno mismo se sirve el vino, los mesoneros no son profesionales y sí es verdad que la comida es sabrosa.

Le reconozco los méritos, no le aplaudo que crea que uno es bolsa

¿Cuál es la conclusión de este texto? Puedo decir varias vainas sobre cosas que escribió el poeta columnista. Puedo decir que a estas alturas no sé si me molesta o no el oportunismo de su intención de vendernos ese nuevo ideal gastronómico, puedo decir que quiera el cielo que se acabe la moda esa de la madera wenge o bengué o lo que sea; puedo decir que la excusa de la sencillez no puede usarse para disculpar el mal servicio porque en esos comedores porteños o italianos de los que habla siempre te tratan correctamente; puedo decir varias pendejeras más. Pero no tiene sentido nada porque aún sigo sin saber por qué me molesté al leer “La sencillez”.

No lo tengo claro. Y mira que ya llevo varias cervezas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Algún día se le tenía que revelar a la gente el farsantismo Sumitiano. Él, es la anti-sencillez por excelencia. El cocinero multimedia, eso quedó exacto. Sumito es de esos tipos a los que todo el mundo vanagloria su mediocridad, Y, iiiingenuamente lo que están es alimentando su comemierdismo. O sea, alimentando a Sumito.

Karina Pugh Briceño dijo...

Gracias... Muchísimas gracias por decirlo tan claro.

Como cocinera me siento absolutamente identificada con tu arrechera, y ¿sabes cuándo siento lo mismo? cuando hablan de "cultura popular"... Coño, como me arrecha...

Resulta que existe una cultura (comida) popular y otra cultura (comida) ¿sofisticada? ¿urbana? ¿cosmopolita? Como si una oliera a sudor y la otra a Gaultier, como si la poesía de Luis Mariano Rivera o la voz del Carrao de Palmarito fueran para oirse en alpargatas y la "otra poesia" para leerse en un sillón de Le Corbusier.

Y no es nada... Sumito tuvo que viajar a Argentina para percatarse de que la comida "sencilla" (como si fuera tan sencillo preparar un matambre) era buena. ¿Será que una empanada de cazón en El Palito no estimula la reflexión y la introspección? ¿será que no son suficientemente "sencillas"?

Te voy a contar una cosa: hace tiempo ya, la "vuelta a los orígenes" está de moda, y no es algo local, en todo el mundo los cocineros están "rescatando" los ingredientes con los que sus abuelas los alimentaban. En Le Gourmet, por ejemplo, Tomás sirve con total desparpajo morcilla, pero tuvo que decirle "boudin noire" porque no había forma, ni los mesoneros querían servirla, ni la gente comérsela, eso si... Con el bautizo francófono, se la devoraron.

Si Sumito escribe semejante cosa, es porque hay gente aquí que, no sólo se lo permite, sino que se lo celebra.

Mi pana, ya enlazo mi blog a tu magnífica reflexión.

Anónimo dijo...

Cualquiera se abuuuuuuuuurre, con algo así. Se apaga hasta la antorcha olímpica. Sencillo ¿no?