Se presentan en pequeño combo. Reducido pues. En grupos de a tres. A saber: una vieja con pantalón de mono rojo, con franela roja también que dice alguna vaina de Chávez o la misión cualquier mierda; un flaco con expresión de inaguantable ladilla, con la piel seca por el solazo de este pateo de calles y claro que sí, de jean y camiseta rojilla desteñida. Y en silencio, una menor. Puede ser la sobrina o la nieta de la vieja. Esas cosas no las pregunto.
Vienen entonces los bombilleros a tocar tu timbre: ring, ring, te cambio tu foco Phillips, maldito imperialista que contribuye con el calentamiento global y la cuenta corriente de Dick Cheney; por este focón blanquito pero de alma roja hecho en China o en Irán o en algún país hermano que se los vende a los hermanazos cubanos y ellos a su vez nos los venden a los venezolanos ganándose una merecida comisión por el esfuerzo y vamos todo a templá en el malecón.
Venga entonces camarada tu bombillo tirabuzón de luz blanca, aunque medio azulosa ella, y hágase la luz, valga la redundancia.
Pero el trío tropieza contra la indolencia. En este sector de la ciudad ni la conserje floja (ver archivos de este mismo blog) confía en semejante combo, por pequeño que sea. Demasiado rojo, demasiado eslogan, demasiada panza la de la vieja ésta. Y lo peor: no se ven los bombillos por ningún lado.
¿Para qué quiere usted, camarada, entrar a la casa de nadie si no trae ni un bombillo ni una bolsa siquiera para meter allí los focos del imperio en caso de que me decida a cambiarlos?
Ah, vienen usted y su nieta –o su sobrina a quien no deja sola porque el malandrito aquel con fama de zingón se le mete al cuarto- y el carecrimen éste a contar las lámparas, a hacer arqueo de zócates en mi humilde morada de luz amarilla y calentona.
A ver, diga usted “come mierda”. Ah, le metió la “ele” a lo muy criollo.
¿Y cómo va a saber cuántos bombillos me va a traer mañana si no carga ni con qué anotar?
Ah, es que de eso se encarga carecrimen aquí, que hace rato anota direcciones y números y de repente y tal hasta fenotipos.
Que nosotros no venimos a fijarnos cuántos cuartos tiene, ni si le gustan demasiado los pantalla plana, ni si su hijo el gordito ese está rebajando dándole al Wii; tampoco queremos saber si aquí le caben dos o tres lanceros o más bien ahora misionarios del Che, ni nada de esa vaina. No inventen tanto escuálidos que sólo venimos a traerles la luz. Igual que el comandante que ahora les ofrece media hora más fulgor mañanero y seguramente las gallinas del vertical pondrán dos o tres ñemas más por el efecto del sol y ojalá que también cagaran menos que ya la casa me jiede y no hay Lavan-San que pueda con eso.
No se me disperse camarada y a lo que vinimos: ¿abre o no abre? ¿Quiere focos ecológicos, blanquecinos y rendidores o va a seguir echando calor al ambiente?
Puede ser que quiera los bombillos rabo ‘e cochino esos, pero mire mi llave, míreme las manos estas. Se ven bien, ¿verdad? Si la misión es la misión, déjeme cinco de esos que yo solito, o mejor dicho en familia aquí desenroscamos los Phillips y acomodamos los… ¿de dónde me dijiste que eran estos bichos?
Ah pero no que no. Si no entramos aquí la doña, la muchachita y yo entonces no se puede. Esa es la orden que hay.
Es aquí cuando la conserje floja se quita el collarín y dice más que no y que no. Quien quiera bombillos entonces que baje y se arregle con los camaradas. Pero, cómo, si no hay bombillos aquí. ¿Será que después llaman a un comando bombillero, la tropa de acción, desenrosque y enrosque uh ah?
¿Y cuánto vale uno de esos en el Central Madeirense? Coño, prefiero pasar por la caja registradora no sea cosa que la que creo sobrina en riesgo de embarazo precoz termine siendo agente encubierta y mal comida del tenebroso “jedos”. La pinga.
viernes, septiembre 14, 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario