Elvira Lindo / EL PAIS - 08/07/2007
PERDER UNA DISCUSIÓN no es tan grave y tiene el aliciente de que se acaba antes. Lástima haberse dado cuenta tan tarde de esto, porque una se ha visto atrapada muchas veces en peleas que, de no haber sido por el prestigio de la victoria dialéctica, hubiera abandonado a la primera de cambio. Mi generación tiene en su haber un pasado lleno de broncas. No las ganaba el más listo, sino el más resistente y el más cruel. Cenas con broncas políticas; fiestas con broncas ideológicas, o culturales, o musicales. Gran coñazo.
Una de las broncas de las que me arrepiento fue la que mantuve con un tipo con el que, después de varias copas, parecía compartir lo esencial en esta vida: nuestra afición por algunos cantantes de rock de los setenta, de los ochenta. Al principio de la conversación se hubiera dicho que éramos casi hermanos, hermanos de música, que era una categoría mayor que la de hermanos de sangre, pero la fraternidad acabó cuando se me ocurrió afirmar que mi pasión por esos músicos terminaba cuando bajaban del escenario y comenzaban a hablar.
Mi ex hermano era tendente a convertir a cualquier estrella de la música en una especie de gurú al que había que escuchar con reverencia. Es algo bastante común porque, por alguna extraña razón, necesitamos que nuestro ídolo tenga nuestra misma tendencia política y posea las virtudes de un sabio. Yo me recuerdo gritando: ¡la mayoría no son más que una pandilla de paletos del Medio Oeste con dotes naturales para la música! No nos pegamos porque no estaba de Dios, pero seguro que si hubiéramos discutimos sobre nuestras madres no nos acaloramos tanto.
Ayer me acordaba de esta estúpida discusión mientras veía una exposición sobre la psicodelia en el Museo Whitney. Allí estaban todos aquellos paletos a los que yo admiraba tanto. En realidad, lo que yo quería decirle a mi amigo es que no es necesario que un músico o un actor sean intelectuales, ni tan siquiera un escritor ha de serlo.
Y ahí estaba yo, tantos años después, en la mareante exposición psicodélica. De las paredes colgaban esos dibujos como extraídos de un sueño de LSD, que se hicieron tan populares que acabaron por decorar mis cuadernos escolares gracias a sendos bolígrafos Bic (“Bic Naranja escribe fino, Bic Cristal escribe normal”).
Todos esos paletos aparecían fotografiados en su presente más brillante, Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix, en imágenes de conciertos históricos. Tetas al aire, cintas y flores en el pelo, y algunas hazañas sonadas, como romper la guitarra después del concierto o mear en el escenario. Toda esta parte, tan divertida como trágica —acabó como acabó—, era sustentada por una desternillante base teórica que venía a concretarse, por hacerlo corto, en que la ingestión de drogas formaba parte de la consabida rebelión antiburguesa. O sea, todos muertos.
A mi lado, una abuela hippy de melena blanca estaba paralizada ante una de las fotos del público del concierto de Woodstock. ¿Se habría reconocido? ¿Sería una de las chicas que aparecen con los brazos abiertos mostrando esos pechos preciosos? Ay, por dónde andarán esas tetas gloriosas, qué bajo habrán caído si no es que están ya a tres metros bajo tierra. Pero lo más hilarante era cómo algunas revistas de la época, con ese afán de juvenilismo que siempre han tenido los medios de comunicación, querían reflejar todo ese jaleo: “La nueva familia americana”, decía la revista Life, y en portada aparecía una familia hippy, un tío con dos mujeres y un montón de niños, todos descalzos, con ropajes entre de granjeros y colgaos. Todos muertos.
Hubo supervivientes, sí, y algunos de ellos continuaron haciendo música maravillosa. Haber vivido aquella época les convierte inmediatamente en supervivientes. Anoche vi a uno, Paul Simon, al que le hacían una entrevista porque la Biblioteca del Congreso americano ha creado el Premio Gershwin para compositores de música popular. Paul Simon, ya casi un anciano ilustre, educadísimo, iba vestido con elegancia. En su edad. Explicaba con melancolía cómo antes del disco de Graceland el público respondía a sus trabajos y compraba sus discos, y cómo después ese público le ha abandonado. De eso hace veinte años.
Mis compañeros de la radio y yo, completamente abducidos por la belleza de esa música con toques surafricanos, poníamos el disco a todo meter en la redacción, en aquellos años en los que hasta en las redacciones se permitía estar un poco más loco, y bailábamos con el vermú del mediodía aquello de “diamantes en la suela de sus zapatos, aua, aua”. Paul Simon se ha convertido ahora en gloria nacional. Lo es. Sus canciones están llenas de poesía y delicadeza, parecen cuentos cortos, pequeños sketches de la vida americana. Puede que no se compren más discos, pero gracias a Internet las canciones caen en el iPod, y una, que no es joven pero también es público, va escuchando por la calle la voz del hombre pequeño.
Quisiera llamar urgentemente a mi amigo, decirle que me gustaría perder la discusión veinte años después, que me urge perderla, porque si bien un músico no ha de ser un intelectual ni un filósofo, hay cosas que sólo pueden contarnos las pequeñas canciones de cuatro minutos. Las únicas capaces de llamar nuestro pasado por su nombre.
De la exposición salí agotada, es una estética insoportable si no te has fumado un porro, por lo menos. Había jovencitos imitando los atuendos campestres de la época, pero con cara de no haber roto un plato en su vida. Pero lo mejor, como siempre, estaba fuera del museo. Una de esas ancianas extravagantes que rondan por el Whitney llevaba un bolso adornado con una cara de hombre en relieve, como de látex. Era tan realista que daba grima. Con esa rara espontaneidad americana, alguien le dijo: “Qué mono su bolso”. Y ella contestó: “Es mi marido. Es que soy viuda”. A ver qué movimiento artístico compite con eso.
miércoles, julio 11, 2007
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7 comentarios:
Coño, en una de arqueología musical si nos metemos en nuestro country hay mucha tela que cortar: Jerry Weill, las grandes fiestas psicodélicas y fumadísimas del Cappy Donzella (hoy anacrónico hasta en su chavismo), Trino Mora y sus entonces escandalosas letras de -amor libre- su musculosa y artificiosa anatomía, precursor de la mezcla Schwarzeneger-De Vito (cuerpo de Schwarzeneger y estatura De Vito), los ultra-zanahorias Impala con Yvo... La viiiiii parada allí... Jambaalya es un lugar....Los Darts(sólo sobrevive con nombre propio Carlos Morean) con letras traducidas (o mal traducidas) de Los Beatles para abajo... Tu la vas a perder, tu la vas a peeeerder. Los 007... y por qué murió, por qué el Señor me la quitó... se ha ido al cielo y para poder ir yo...debo estar con mi amooor... Uyyy: Azúcar, cacao y leche...agggh¡ Vitas Brenner. De los ochenta: Melissa, La Rego, Yordano, Ilan, Dorian-el ídolo de una generación (sin Chiqui), Nené Quintero. Noventosos, Zapato tres, Desorden público...se me agotó el repertorio. Esto es como pavoso.
Me parece que el punto de Elvira Lindo no es un pavoso viaje de nostalgia sino el reconocimiento a Paul Simon, un gran artista que todavía, a sus pasados 60 años, sigue sacando discos que ya a nadie le interesa comprar o promocionar.
Es ingrata la vida del rock y del pop, a menos que seas de los Rolling Stones, si le dedicas el alma y tienes éxito, lo haces sabiendo que hacer la música que te gusta y salir al escenario tiene fecha de vencimiento. Casi tan corta como la de una modelo. Después de esa fecha sólo quedarás como nostalgia.
que ridiculo el que hace la comparación, y te perdiste un flash back que hubo aqui, en tu mismito país, cuando llegaron los ecstasys a Venezuela y no hablo de Patanemo sino de la rumba que hubo en la península de Paraguaná en pleno eclipse donde probé mi primer acidito, un Ché Guevara
mi sentido pésame por tu marginación
todo eso es muy triste, me recuerda a Ramón Sijé.
Hello Elvira Lindo, there are so many songs not well known. Follow just a few names: Thinking, Sweet sinners, Full mail box,There are not places afterwards your eyes, I need your breath, Minnor and Maior cannis at the sky, Love uses to ring, Magic rag, No room service, Ever loving you, Almost the first time, Your sweet heart voice at my ear, Again, Last red hope, Troubless, It is not jazz, Hungry alligator, Tango, Hidden tears, Climbing your dreams, Until tomorrow, Near a rockstar, White whale, Don´t let me cry again, I´ll see you in Reno, Naked peaches, So much smog, At the beach, Tongue tip, The narrow strip where lies your name, Following your steps, Chinese food, Sour sauce, Many pieces, Hot, Solitaire, Just after rain, Painfull and silence, Loosing your taste, Hard rider, The shelter of your chest, Dust memories, Sweet and dirty wishes, Nightmares driver, Lonely and cold nights, Truly yours, Retractil, Kiss me again, No sense, Not easy to forgive, Full moon, As sad as long song, Clouds & rain, No meat-no meal, Asking for your love, Big big mistake, Close to the fire, Disco music, Burning, Love on´rocks, Velvet courtain, Wet fingers, Without stars, Ice bed, Red heart cushion, Thirsty lips, Unconfortable, I never left my phone and Just a fish.
Thanks, me too.
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