Nueva York - Un empresario de Nueva York pagó un millón y medio de dólares por una copia ilegal de una película en poder del FBI que mostraría a Marilyn Monroe realizándole sexo oral a un desconocido, publicó hoy el diario The New York Post.
El objetivo de la adquisición es que nadie pueda ver las escandalosas imágenes de la famosa rubia y, según señala el medio, la información se obtuvo de Keya Morgan, coleccionista de recuerdos de la actriz.
La venta se efectuó hace un mes y, acorde a lo publicado, el dueño era un mafioso y cuyo hijo ahora se embolsó los 1,5 millones de dólares.
El New York Post señala que se trata de una película en blanco y negro grabada en 16 milímetros que dura quince minutos, en la que se ve a Marilyn de rodillas y vestida, realizando sexo oral a un hombre sentado, cuyo rostro queda fuera de cámara.
También se indicó que el material cayó en manos del entonces director del FBI, Edgar Hoover, en la década del 60, quien puso a varios agentes a investigar si el hombre oculto era alguno de sus enemigos, los hermanos Kennedy.
Morgan, que ha visto la grabación, afirmó que en la película Marilyn nunca mira a la cámara. El coleccionista encontró la grabación mientras realizaba una investigación para un documental sobre la actriz. "Enseguida se ve que es Marilyn Monroe. Se ve su famoso lunar. Estaba sonriendo, encantadora, radiante. Se mueve y entonces la grabación termina", dijo Morgan al diario.
martes, abril 15, 2008
jueves, abril 03, 2008
LANZAO – Yo también quiero ser alcalde de Chacao
¿Cuántos alcaldes le caben a Chacao? El municipio que Irene convirtió en isla tiene más precandidatos que barrios. Eso, en el Distrito Capital es decir bastante. Pero concretamente en Chacao, los barrios –según creo- no pasan de dos, mientras que los aspirantes ya deben ser como diez.
No son pendejos los aspirantes. Ni de vaina que se postulan para Libertador, con ese montón de cerros, basura y peos. Eso se lo dejan a Stalin, ese loquito que se vaya a quemar por allá. Lo que yo quiero es la manguangua. Lidiar con gente poniendo restaurantes, peluquerías y barras de sushi. Ya el trabajo está hecho. Con decir que sigo la línea de Leopoldo, basta y sobra. Hay uno que hasta se pone la pollina como el López. Nadie lo conoce. ¿Ya habrá salido por Globovisión o estarán esperando las encuestas? El cree que con esa pollina logrará el recall suficiente. Un día de estos nos sale con que tiene a una jevita que trabaja en la radio…
¿Y Timoteo? ¿Por qué creerá Timoteo que puede ser alcalde de algo? Demasiado rata el que le convenció de eso.
Yo también tengo ganas de lanzar mi precandidatura para burgomaestre de Chacao. Ya estoy haciendo una encuesta. Le puse un contador de entradas a esta vaina hace menos de una semana y seguro que saco más votos que Timoteo.
Si las estadísticas siguen subiendo, tendré que empezar a buscar alquiler en Chacao. Puede ser cerca del mercado para mimetizarme con el pueblo mismo y enterarme si llega leche y arroz de Pdval.
Sigan entrando en el blog, venceremos.
No son pendejos los aspirantes. Ni de vaina que se postulan para Libertador, con ese montón de cerros, basura y peos. Eso se lo dejan a Stalin, ese loquito que se vaya a quemar por allá. Lo que yo quiero es la manguangua. Lidiar con gente poniendo restaurantes, peluquerías y barras de sushi. Ya el trabajo está hecho. Con decir que sigo la línea de Leopoldo, basta y sobra. Hay uno que hasta se pone la pollina como el López. Nadie lo conoce. ¿Ya habrá salido por Globovisión o estarán esperando las encuestas? El cree que con esa pollina logrará el recall suficiente. Un día de estos nos sale con que tiene a una jevita que trabaja en la radio…
¿Y Timoteo? ¿Por qué creerá Timoteo que puede ser alcalde de algo? Demasiado rata el que le convenció de eso.
Yo también tengo ganas de lanzar mi precandidatura para burgomaestre de Chacao. Ya estoy haciendo una encuesta. Le puse un contador de entradas a esta vaina hace menos de una semana y seguro que saco más votos que Timoteo.
Si las estadísticas siguen subiendo, tendré que empezar a buscar alquiler en Chacao. Puede ser cerca del mercado para mimetizarme con el pueblo mismo y enterarme si llega leche y arroz de Pdval.
Sigan entrando en el blog, venceremos.
GASTROJARTERA – Con la sencillez hemos topado
Por un momento no supe qué pensar. Dejé el papel, abrí una cerveza, busqué una lata de maní, abrí otra solera y lo único que tenía claro era esa sensación de molestia por lo que acababa de leer.
Claro que no era una vaina del gobierno: con eso las arrecheras son inmediatas.
Era ese artículo de Sumito –el chef, quién más- en el que se mostraba tan cautivado por la sencillez en materia de restaurantes que no resistió la tentación de intitularlo “La sencillez”.
Como anduve fuera de esta patria enferma no lo leí en su momento. Pero mi madre, siempre pendiente de las cosas que puedan alimentar agruras en sus vástagos, deslizó el recorte previendo reacciones.
Lo primero que sorprende es la confesión de que fue en Buenos Aires donde el cocinero multimedia vino a conocer los encantos de la sencillez. De la humildad, casi se podría decir. Le costó entonces sus buenos años y mira tú que Argentina, el país que ha dado tanto material para chistes de egos sobredimensionados haya sido el lugar de ese aprendizaje. A nuestro héroe, al poeta –así le han dicho en este blog-, le encantó así de repente que en un bolichito, que en la parrilla de la esquina, que en cualquier sucucho de un barrio porteño te sirvan buena comida: un buen ragú, una pizzita como Dios manda, un bife de chorizo, el matahambre… toda esa vaina. Y barato.
Y como “sólo los estúpidos no cambian de opinión” –que dijo Teodoro- el poeta entendió que ese era el camino, que ahí, en la sencillez estaba la clave.
Cito un extracto: “¿Hay mejores restaurantes en Caracas que en Buenos Aires? Este comentario posee un origen curioso. Cuando en Venezuela tenemos un invitado extranjero, solemos invitarlo a un restaurante emblemático en el que cada detalle haya sido estudiado y cuidado. Sitios en los que casi con seguridad seremos testigos de un menú que refleja magias ajenas a nuestra cotidianidad. En cambio, en Argentina, resulta normal que la invitación o la recomendación apunte hacia un agradable "boliche" familiar en el cual el dueño es quien atiende y la comida es absolutamente casera. Detrás de ambas idiosincrasias se esconde la confusión. Nosotros en Venezuela tenemos la tendencia de ir a los restaurantes por tratarse de una ocasión especial (negocio, aniversario, invitación, dinero ahorrado, etc.) y los argentinos entienden que salir, la noche que les provoque, es un derecho de vida”.
Casi sin querer queriendo el cocinero nos va vendiendo una especie de nuevo ideal gastronómico, celebrando la cocina honrada y económica, el lugar sencillo donde no todo sea perfecto y lo que en verdad importe sea justamente lo que nos ponen en el plato.
Cito más: “…envidio la noche masiva y cotidiana de las ciudades en la que los clientes aceptan que no hayan mesoneros que salten con un encendedor al primer asomo de un cigarro o acepten que la copa vacía puede ser llenada por ellos mismos en un vaso y no una copa. A cambio han ganado la posibilidad de salir. Pierde el dinero, gana la sencillez”.
Así, como hecho el pendejo, Sumito se escurre, abre una compuerta y se sale de un lugar en el que casi siempre ha estado: en el de quienes cocinan en locales de lujo, impecables y relucientes, donde te clavan en la cuenta lo que le pagaron al diseñador (digamos, Totón), al decorador, al importador de granito y hasta las clases de francés al pendejo ese que nació en Chabasquén y recita la carta de vinos como si acabara de llegar de Burdeos.
Ay, Sibaris, te recuerdo así: pomposo, caro y comemierda.
Ay, Piso 5 del Tolón con todo tu exceso de madera color bengué.
Ay, Alto, cuánto tiempo pasará antes de que te caiga el Indecu.
Ha sido una constante en el país. Así que no se entienda que la vaina es patrimonio de Sumito. Nada de eso. Hay que ser justos: eso es peo de los delnogales, gruposara y demás especimenes.
Aquí se trata de que te crean que eres lo mejor y más exclusivo, en función de lo caro que cobras y lo bien que maquillas las paredes. Casi como las putas. Quien tenga edad suficiente recordará el primer McDonald’s de Caracas (y de Venezuela). Lo abrió un carajo cuyo nombre no recuerdo y pretendió que por pionero podía hacer pasar al Big Mac como un artículo de lujo y así lo cobraba. Hasta que desde el imperio le dijeron que se dejara de vainas, que eso era comida popular, almuerzo de obreros white trash y afroamericanos con sobre peso. Pero el hombrecito no era pendejo: tenía el nombre registrado y Ronald McDonald tuvo que bajarse de lo lindo para poder controlar su negocio.
Pero volvamos a lo nuestro. Luego de circular por el mismo carril durante bastante tiempo, Sumito nos propone un nuevo tema: la sencillez. La cosita pequeña, el calor humano, la proximidad y el precio justo. Eso está bien. Pero que no se haga. Después de los excesos, parece que anda un virus de rectificación rondando por ahí. Sumito tomó la delantera y no sólo puso su comedor en Chuao, sino que se erige como el profeta de la tendencia que aspira se ponga en boga. No es por nada que la descripción que hace del lugar que le gusta –eso de que la gente se sirva vino y encima lo haga en un vaso- es justamente el que él montó: en el comedor de Chuao uno mismo se sirve el vino, los mesoneros no son profesionales y sí es verdad que la comida es sabrosa.
Le reconozco los méritos, no le aplaudo que crea que uno es bolsa
¿Cuál es la conclusión de este texto? Puedo decir varias vainas sobre cosas que escribió el poeta columnista. Puedo decir que a estas alturas no sé si me molesta o no el oportunismo de su intención de vendernos ese nuevo ideal gastronómico, puedo decir que quiera el cielo que se acabe la moda esa de la madera wenge o bengué o lo que sea; puedo decir que la excusa de la sencillez no puede usarse para disculpar el mal servicio porque en esos comedores porteños o italianos de los que habla siempre te tratan correctamente; puedo decir varias pendejeras más. Pero no tiene sentido nada porque aún sigo sin saber por qué me molesté al leer “La sencillez”.
No lo tengo claro. Y mira que ya llevo varias cervezas.
Claro que no era una vaina del gobierno: con eso las arrecheras son inmediatas.
Era ese artículo de Sumito –el chef, quién más- en el que se mostraba tan cautivado por la sencillez en materia de restaurantes que no resistió la tentación de intitularlo “La sencillez”.
Como anduve fuera de esta patria enferma no lo leí en su momento. Pero mi madre, siempre pendiente de las cosas que puedan alimentar agruras en sus vástagos, deslizó el recorte previendo reacciones.
Lo primero que sorprende es la confesión de que fue en Buenos Aires donde el cocinero multimedia vino a conocer los encantos de la sencillez. De la humildad, casi se podría decir. Le costó entonces sus buenos años y mira tú que Argentina, el país que ha dado tanto material para chistes de egos sobredimensionados haya sido el lugar de ese aprendizaje. A nuestro héroe, al poeta –así le han dicho en este blog-, le encantó así de repente que en un bolichito, que en la parrilla de la esquina, que en cualquier sucucho de un barrio porteño te sirvan buena comida: un buen ragú, una pizzita como Dios manda, un bife de chorizo, el matahambre… toda esa vaina. Y barato.
Y como “sólo los estúpidos no cambian de opinión” –que dijo Teodoro- el poeta entendió que ese era el camino, que ahí, en la sencillez estaba la clave.
Cito un extracto: “¿Hay mejores restaurantes en Caracas que en Buenos Aires? Este comentario posee un origen curioso. Cuando en Venezuela tenemos un invitado extranjero, solemos invitarlo a un restaurante emblemático en el que cada detalle haya sido estudiado y cuidado. Sitios en los que casi con seguridad seremos testigos de un menú que refleja magias ajenas a nuestra cotidianidad. En cambio, en Argentina, resulta normal que la invitación o la recomendación apunte hacia un agradable "boliche" familiar en el cual el dueño es quien atiende y la comida es absolutamente casera. Detrás de ambas idiosincrasias se esconde la confusión. Nosotros en Venezuela tenemos la tendencia de ir a los restaurantes por tratarse de una ocasión especial (negocio, aniversario, invitación, dinero ahorrado, etc.) y los argentinos entienden que salir, la noche que les provoque, es un derecho de vida”.
Casi sin querer queriendo el cocinero nos va vendiendo una especie de nuevo ideal gastronómico, celebrando la cocina honrada y económica, el lugar sencillo donde no todo sea perfecto y lo que en verdad importe sea justamente lo que nos ponen en el plato.
Cito más: “…envidio la noche masiva y cotidiana de las ciudades en la que los clientes aceptan que no hayan mesoneros que salten con un encendedor al primer asomo de un cigarro o acepten que la copa vacía puede ser llenada por ellos mismos en un vaso y no una copa. A cambio han ganado la posibilidad de salir. Pierde el dinero, gana la sencillez”.
Así, como hecho el pendejo, Sumito se escurre, abre una compuerta y se sale de un lugar en el que casi siempre ha estado: en el de quienes cocinan en locales de lujo, impecables y relucientes, donde te clavan en la cuenta lo que le pagaron al diseñador (digamos, Totón), al decorador, al importador de granito y hasta las clases de francés al pendejo ese que nació en Chabasquén y recita la carta de vinos como si acabara de llegar de Burdeos.
Ay, Sibaris, te recuerdo así: pomposo, caro y comemierda.
Ay, Piso 5 del Tolón con todo tu exceso de madera color bengué.
Ay, Alto, cuánto tiempo pasará antes de que te caiga el Indecu.
Ha sido una constante en el país. Así que no se entienda que la vaina es patrimonio de Sumito. Nada de eso. Hay que ser justos: eso es peo de los delnogales, gruposara y demás especimenes.
Aquí se trata de que te crean que eres lo mejor y más exclusivo, en función de lo caro que cobras y lo bien que maquillas las paredes. Casi como las putas. Quien tenga edad suficiente recordará el primer McDonald’s de Caracas (y de Venezuela). Lo abrió un carajo cuyo nombre no recuerdo y pretendió que por pionero podía hacer pasar al Big Mac como un artículo de lujo y así lo cobraba. Hasta que desde el imperio le dijeron que se dejara de vainas, que eso era comida popular, almuerzo de obreros white trash y afroamericanos con sobre peso. Pero el hombrecito no era pendejo: tenía el nombre registrado y Ronald McDonald tuvo que bajarse de lo lindo para poder controlar su negocio.
Pero volvamos a lo nuestro. Luego de circular por el mismo carril durante bastante tiempo, Sumito nos propone un nuevo tema: la sencillez. La cosita pequeña, el calor humano, la proximidad y el precio justo. Eso está bien. Pero que no se haga. Después de los excesos, parece que anda un virus de rectificación rondando por ahí. Sumito tomó la delantera y no sólo puso su comedor en Chuao, sino que se erige como el profeta de la tendencia que aspira se ponga en boga. No es por nada que la descripción que hace del lugar que le gusta –eso de que la gente se sirva vino y encima lo haga en un vaso- es justamente el que él montó: en el comedor de Chuao uno mismo se sirve el vino, los mesoneros no son profesionales y sí es verdad que la comida es sabrosa.
Le reconozco los méritos, no le aplaudo que crea que uno es bolsa
¿Cuál es la conclusión de este texto? Puedo decir varias vainas sobre cosas que escribió el poeta columnista. Puedo decir que a estas alturas no sé si me molesta o no el oportunismo de su intención de vendernos ese nuevo ideal gastronómico, puedo decir que quiera el cielo que se acabe la moda esa de la madera wenge o bengué o lo que sea; puedo decir que la excusa de la sencillez no puede usarse para disculpar el mal servicio porque en esos comedores porteños o italianos de los que habla siempre te tratan correctamente; puedo decir varias pendejeras más. Pero no tiene sentido nada porque aún sigo sin saber por qué me molesté al leer “La sencillez”.
No lo tengo claro. Y mira que ya llevo varias cervezas.
lunes, marzo 24, 2008
YONOFUI - Amor asesino
Un periodista británico cuenta su historia de amor con una joven colombiana que resultó ser sicaria de las autodefensas. Su drama humano impresiona en Europa y podría ser llevado al cine REVISTA SEMANA
El conflicto colombiano ha sido el telón de fondo de innumerables dramas humanos. Pero pocos, sin embargo, tan singulares como el que vivió Jason Howe, un fotógrafo inglés cuyo destino giró de improviso en una carretera del departamento de Putumayo. En los años que siguieron a ese encuentro fortuito con una muchacha de la región, el reportero se adentró sin quererlo en las profundidades del submundo de la violencia colombiana. Hoy, cuando ha recibido ofertas para llevar su historia al cine, y a dos meses de publicar el libro que lo trajo a Colombia, recuerda ese período de su vida con una mezcla de asombro y arrepentimiento.
Howe había abordado un bus en Pitalito con destino a un municipio de Putumayo. Fue entonces cuando vio por primera vez a Lorena*, una joven lugareña de 22 años. Muy pronto supo que ella había estado de compras en Cali e iba de vuelta a su casa. Llevaba varias bolsas con ropa nueva para ella y para sus amigas, y le cayó en gracia de inmediato. Le pareció linda, inteligente y muy amigable, tanto, que charlaron durante todo el recorrido. Él le contó que era un reportero gráfico inglés y que llevaba varios meses en Colombia tomando fotos para un libro que quería hacer sobre el conflicto. Y que después de haber estado en San Vicente del Caguán con guerrilleros de las Farc, que lo invitaron a vivir en un campamento en Los Pozos por algunas semanas, quería tomarles fotos a los paramilitares. Ella le dijo que tenía amigos en las AUC y en el Ejército, le prometió que le ayudaría a contactarlos y le ofreció un cuarto en su casa para que se quedara.
Así comenzó una historia que marcaría para siempre la vida de Howe. Porque muy pronto se enamoró de esa joven graciosa y atractiva, sin saber que era una sicaria que trabajaba regularmente para las autodefensas y que también asesinaba por encargo de quien se lo pagara.
Jason le contó hace algunos dias a a SEMANA desde Tailandia, poco antes de incursionar en la frontera con Birmania (Myanmar), que no había querido narrar su aventura en Colombia antes. Primero, por la carga emocional que tiene para él. Y segundo, porque teme por la vida de la hija y los padres de Lorena quienes, a diferencia de ella, aún siguen vivos y deben cargar con los pecados que cometió, los mismos que ellos no se atrevieron a cuestionarle. Pero su extraña historia ya fue publicada en el diario The Independent y la revista Arena, ambos del Reino Unido.
De Londres a Putumayo
Howe había vivido durante varios años en un plácido anonimato. Pero un día se cansó de ser vendedor de una tienda de cámaras y decidió que quería ser reportero gráfico y que aprendería los secretos del oficio por el camino. Había oído hablar del conflicto colombiano y se le metió en la cabeza hacer un libro de fotos sobre la tragedia de ese lejano país suramericano. Así que vendió todas sus pertenencias y se dispuso a convertir en realidad su sueño. Fue en su segundo viaje, a principios de 2002, cuando conoció a Lorena. Durante aquellas primeras semanas la relación entre ellos se fue estrechando. Howe se instaló en la casa de los padres de ella y solía acompañarla al río a nadar y a lavar la ropa. Poco a poco el inglés se fue convirtiendo en otro miembro de la familia. No sabía que ella ya era miembro de las AUC ni que en su pueblo algunos sospechaban que había participado en las masacres de El Tigre, en 1999, en las que asesinaron a más de 34 personas.
A los seis meses de estar en el país, el dinero se le comenzó a acabar. Como todavía no lograba mayores ganancias con sus fotos, dependía de la ayuda de su madre, quien lo apoyaba económicamente. Así que decidió volver a casa.
Seis meses después, con nuevos recursos, regresó a Colombia para seguir adelante con su proyecto. Luego de retratar a las fuerzas especiales del Ejército y a la Policía Nacional en Arauca, decidió volver a Putumayo a reunirse con su amiga.
Su reencuentro fue muy emotivo. Fue entonces cuando ella comenzó a abrirle una ventana a su doble vida. Le contó que era paramilitar y que había participado en combates en varios pueblos del departamento. "Me mostró unas fotos de ella con el uniforme, y de una amiga que murió en los enfrentamientos, que según Lorena habían sido con las Farc en El Tigre. Luego me dijo que ya no estaba metida en eso", recuerda Jason. No la juzgó, creyó que ya había abandonado esa época de su vida, y cuando llegó el momento, simplemente empacó sus maletas y viajó, esta vez a cubrir la guerra en Irak.
Después de su paso por Oriente Medio regresó a la humilde casa localizada a la orilla de una carretera al sur de Colombia. El tiempo y la distancia habían afianzado los sentimientos de estos amigos que hasta ese momento sólo se besaban y andaban de la mano. Pero esta vez se convirtieron en amantes. Luego de su primera noche juntos, Lorena le reveló su atroz secreto. Le dijo que ahora estaba 'trabajando' con las milicias urbanas de las AUC y que su labor era deshacerse de los informantes y de los guerrilleros. Le confesó que para entonces ya había matado nueve personas.
Jason no corrió espantado. "Yo había estado trabajando en Irak y había cubierto el conflicto en Colombia. Había visto tanta gente muerta y tanta gente matándose, que estaba como aturdido y no me pareció tan chocante en un principio. Había perdido mi enfoque y mi perspectiva de periodista", cuenta. Ni siquiera reaccionó cuando unos colegas lo confrontaron furiosos y le preguntaron una y otra vez qué carajos estaba haciendo. Una fuente local les había advertido que esa jovencita con la que andaba Jason era una de las asesinas más peligrosas del pueblo. Pero él estaba como en medio de un sueño macabro. En el artículo autobiográfico que escribió para la revista Arena, reproducido por el diario The Independent, contó que "volando en una combinación de un clima tropical embriagador, ron local, cocaína de grado A y en los brazos de una núbil de 22 años, la fantasía y la realidad se volvieron borrosas. Sentía que estaba viviendo en una película de Quentin Tarantino". Ni siquiera lo escandalizaba que ella se quitara el revólver que llevaba al cinto y lo pusiera en la mesa de noche antes de meterse en la cama.
La jovencita le iba soltando a cuentagotas, con el paso de los días y de las semanas, los detalles más impresionantes de su doble vida. Pero él seguía enamorado y fantaseaba con llevársela lejos para que pudieran tener un futuro juntos.
Hasta entonces se imaginaba que su amante era hasta cierto punto otra víctima del conflicto, como tantos obligados a tomar partido en una situación de violencia generalizada. Pero una noche, después de hacer el amor, Lorena le contó con toda naturalidad que había matado a una mujer por encargo de una amiga que sospechaba que era la amante de su novio. Describió sin pudor cómo decapitó a la víctima, le cortó los brazos y las piernas, le sacó las entrañas y la lanzó al río para deshacerse del cadáver antes de cobrar por el 'trabajito'. Fue sólo entonces cuando Jason entendió que esa mujer acostada a su lado no luchaba por un ideal político, como él quería creer, sino que era una asesina en serie, fría y despiadada, y que probablemente había aprendido esa sevicia en las autodefensas.
Jason asegura que su enamoramiento por Lorena murió ese día, pero no por ello dejó de verla. La enfrentaba casi a diario. Le preguntaba qué esperaba enseñarle a su hija de 5 años, quien la veía limpiar su pistola encima de la cama. Cómo podría explicarle acerca de lo que está bien y lo que está mal, si ella no respetaba la vida de nadie. "Ella sólo me respondía que yo no tenía ningún derecho a juzgarla, que yo no era de este país y que no sabía cómo eran las cosas", recuerda. Desde ese momento, cada vez que iba a la morgue local a tomar fotos para su libro, pensaba que los nuevos muertos podían ser víctimas de su propia novia.
Un día ella le contó que iba a matar a alguien y le insinuó que la acompañara. Horrorizado, él se negó. Aunque ya había comprometido su ética periodística al dejarse involucrar tan profundamente en esa historia, no pensaba ir contra su moral. Comenzó a ver a Lorena como un sujeto de estudio, quería entender qué la llevaba a matar. Decidió hacerle una entrevista en video, para que ella le contara en cámara todo lo que le había confesado bajo las sábanas.
Un final inevitable
Cubierta por un pasamontañas, ella respondió ante la cámara con una sinceridad casi morbosa. "Cuando maté la primera persona, estaba asustada, tenía mucho miedo. Lo maté sólo para ver si era capaz de hacerlo. Por eso el primero fue muy duro, porque estaba arrodillado rogándome que no lo hiciera. Lloraba y decía: 'No me mate, tengo hijos'", confesó la muchacha. También contó que había matado a un amigo suyo de toda la vida porque su comandante le había advertido que era guerrillero y que si no lo eliminaba, la muerta sería ella. Luego de descargar su pistola contra la cabeza del joven, el día siguiente asistió a la velación y les dio el pésame a los padres.
"Quiero cambiar mi vida. En este momento estoy cansada y me duele haber matado a tantas personas. Antes me obligaban, pero ahora lo hago por el dinero. Pero es que la plata es todo", aseguró en la entrevista. Para entonces ya llevaba 23 muertos a cuestas y por ninguno de ellos le habían pagado más de un millón de pesos. Mientras estuvo con Jason mató a 14 de ellos.
Jason recuerda el temperamento de Lorena. Estallaba en furia con cualquiera que la fastidiara. Hasta sus padres le tenían pavor a su genio y a ella le gustaba eso. Se lo demostró cuando con pistola en mano le preguntó si él también le tenia miedo. Pero Howe, según cuenta, no se asustó. Todo lo contrario, siguió confrontándola hasta el día en que volvió a partir, esta vez a cubrir la guerra en Afganistán.
Durante algún tiempo siguió en contacto con Lorena por correo electrónico. Ella le escribía que nadie se había atrevido a plantearle las cosas que él le dijo, que nunca había permitido que ni siquiera su familia la cuestionara. Le decía que quería cambiar de vida y que por eso estaba estudiando enfermería. Pero de un momento para otro los correos se silenciaron y Howe temió lo peor.
Y lo comprobó cuando a principios de 2005 regresó a buscarla. Como "quien a hierro mata, a hierro muere", Lorena murió a los 25 años. Los miembros del frente de las AUC al que ella perteneció la asesinaron, supuestamente por haberlos 'sapeado'. Primero la apedrearon y después la remataron a tiros. Su hermano, que trabajaba en un cultivo de coca, fue a reconocer el cadáver completamente desfigurado. Según le contaron los padres a Jason, su hijo no aguantó la impresión y sufrió una apoplejía que lo dejó inmovilizado y sin habla.
Howe fue con la madre y la pequeña hija de Lorena a visitar su tumba. Junto a la lápida recordó que ella le decía que renunciar a las AUC se pagaba con la muerte. Pero evitó indagar más sobre su asesinato, pues los paramilitares y varias personas del pueblo los habían visto caminando juntos. Temió por su vida y decidió marcharse de inmediato. Jamás ha regresado.
Sabe que lo que le ocurrió fue producto en gran medida de su inexperiencia, pues Colombia fue la primera zona de conflicto que visitó en su vida. Pero lo atormenta la ambigüedad de su vivencia. Por un lado se siente culpable porque cree que la pudieron haber matado por todo lo que le contó a él. Asegura que: "a veces me planteé que mi responsabilidad era ayudarla, traerla a Inglaterra o irnos a Bogotá o algo así. Pienso que si lo hubiera hecho, tal vez estaría viva. Me cuestiono si debí darle plata, pero también quizá no, quién sabe". Pero también cree que su muerte era un final predecible.
Mucho se ha preguntado Jason si la maldad de Lorena era producto de la violencia en la que se crió. Pero también lo asaltan los peores sentimientos. "Ella era una persona que tenía ideas muy oscuras. Creo que era mala y creció en un lugar en donde tuvo la oportunidad de desarrollar esos impulsos de matar y salirse con la suya durante mucho tiempo". Lo dice con el dolor de saber que estuvo enamorado de esa mujer.
El libro de fotografías que completó en sus viajes al país, Colombia: Between the lines (Colombia: entre las líneas), será lanzado en unos dos meses. Jason ganó un premio a la excelencia por esas fotos en la edición número 60 del concurso Pictures of the Year International. Al lado de las imágenes de guerrilleros de las Farc, militares y policías, y miembros de las AUC aparecen algunas de las que le tomó a Lorena. Dice que "de alguna forma, ella para mí representa ahora todo lo que está mal con el país. Porque ella se parecía mucho a Colombia. Era hermosa, tenía muchos recursos, era inteligente, pero siguió el camino de su autodestrucción".
*Nombre cambiado
El conflicto colombiano ha sido el telón de fondo de innumerables dramas humanos. Pero pocos, sin embargo, tan singulares como el que vivió Jason Howe, un fotógrafo inglés cuyo destino giró de improviso en una carretera del departamento de Putumayo. En los años que siguieron a ese encuentro fortuito con una muchacha de la región, el reportero se adentró sin quererlo en las profundidades del submundo de la violencia colombiana. Hoy, cuando ha recibido ofertas para llevar su historia al cine, y a dos meses de publicar el libro que lo trajo a Colombia, recuerda ese período de su vida con una mezcla de asombro y arrepentimiento.
Howe había abordado un bus en Pitalito con destino a un municipio de Putumayo. Fue entonces cuando vio por primera vez a Lorena*, una joven lugareña de 22 años. Muy pronto supo que ella había estado de compras en Cali e iba de vuelta a su casa. Llevaba varias bolsas con ropa nueva para ella y para sus amigas, y le cayó en gracia de inmediato. Le pareció linda, inteligente y muy amigable, tanto, que charlaron durante todo el recorrido. Él le contó que era un reportero gráfico inglés y que llevaba varios meses en Colombia tomando fotos para un libro que quería hacer sobre el conflicto. Y que después de haber estado en San Vicente del Caguán con guerrilleros de las Farc, que lo invitaron a vivir en un campamento en Los Pozos por algunas semanas, quería tomarles fotos a los paramilitares. Ella le dijo que tenía amigos en las AUC y en el Ejército, le prometió que le ayudaría a contactarlos y le ofreció un cuarto en su casa para que se quedara.
Así comenzó una historia que marcaría para siempre la vida de Howe. Porque muy pronto se enamoró de esa joven graciosa y atractiva, sin saber que era una sicaria que trabajaba regularmente para las autodefensas y que también asesinaba por encargo de quien se lo pagara.
Jason le contó hace algunos dias a a SEMANA desde Tailandia, poco antes de incursionar en la frontera con Birmania (Myanmar), que no había querido narrar su aventura en Colombia antes. Primero, por la carga emocional que tiene para él. Y segundo, porque teme por la vida de la hija y los padres de Lorena quienes, a diferencia de ella, aún siguen vivos y deben cargar con los pecados que cometió, los mismos que ellos no se atrevieron a cuestionarle. Pero su extraña historia ya fue publicada en el diario The Independent y la revista Arena, ambos del Reino Unido.
De Londres a Putumayo
Howe había vivido durante varios años en un plácido anonimato. Pero un día se cansó de ser vendedor de una tienda de cámaras y decidió que quería ser reportero gráfico y que aprendería los secretos del oficio por el camino. Había oído hablar del conflicto colombiano y se le metió en la cabeza hacer un libro de fotos sobre la tragedia de ese lejano país suramericano. Así que vendió todas sus pertenencias y se dispuso a convertir en realidad su sueño. Fue en su segundo viaje, a principios de 2002, cuando conoció a Lorena. Durante aquellas primeras semanas la relación entre ellos se fue estrechando. Howe se instaló en la casa de los padres de ella y solía acompañarla al río a nadar y a lavar la ropa. Poco a poco el inglés se fue convirtiendo en otro miembro de la familia. No sabía que ella ya era miembro de las AUC ni que en su pueblo algunos sospechaban que había participado en las masacres de El Tigre, en 1999, en las que asesinaron a más de 34 personas.
A los seis meses de estar en el país, el dinero se le comenzó a acabar. Como todavía no lograba mayores ganancias con sus fotos, dependía de la ayuda de su madre, quien lo apoyaba económicamente. Así que decidió volver a casa.
Seis meses después, con nuevos recursos, regresó a Colombia para seguir adelante con su proyecto. Luego de retratar a las fuerzas especiales del Ejército y a la Policía Nacional en Arauca, decidió volver a Putumayo a reunirse con su amiga.
Su reencuentro fue muy emotivo. Fue entonces cuando ella comenzó a abrirle una ventana a su doble vida. Le contó que era paramilitar y que había participado en combates en varios pueblos del departamento. "Me mostró unas fotos de ella con el uniforme, y de una amiga que murió en los enfrentamientos, que según Lorena habían sido con las Farc en El Tigre. Luego me dijo que ya no estaba metida en eso", recuerda Jason. No la juzgó, creyó que ya había abandonado esa época de su vida, y cuando llegó el momento, simplemente empacó sus maletas y viajó, esta vez a cubrir la guerra en Irak.
Después de su paso por Oriente Medio regresó a la humilde casa localizada a la orilla de una carretera al sur de Colombia. El tiempo y la distancia habían afianzado los sentimientos de estos amigos que hasta ese momento sólo se besaban y andaban de la mano. Pero esta vez se convirtieron en amantes. Luego de su primera noche juntos, Lorena le reveló su atroz secreto. Le dijo que ahora estaba 'trabajando' con las milicias urbanas de las AUC y que su labor era deshacerse de los informantes y de los guerrilleros. Le confesó que para entonces ya había matado nueve personas.
Jason no corrió espantado. "Yo había estado trabajando en Irak y había cubierto el conflicto en Colombia. Había visto tanta gente muerta y tanta gente matándose, que estaba como aturdido y no me pareció tan chocante en un principio. Había perdido mi enfoque y mi perspectiva de periodista", cuenta. Ni siquiera reaccionó cuando unos colegas lo confrontaron furiosos y le preguntaron una y otra vez qué carajos estaba haciendo. Una fuente local les había advertido que esa jovencita con la que andaba Jason era una de las asesinas más peligrosas del pueblo. Pero él estaba como en medio de un sueño macabro. En el artículo autobiográfico que escribió para la revista Arena, reproducido por el diario The Independent, contó que "volando en una combinación de un clima tropical embriagador, ron local, cocaína de grado A y en los brazos de una núbil de 22 años, la fantasía y la realidad se volvieron borrosas. Sentía que estaba viviendo en una película de Quentin Tarantino". Ni siquiera lo escandalizaba que ella se quitara el revólver que llevaba al cinto y lo pusiera en la mesa de noche antes de meterse en la cama.
La jovencita le iba soltando a cuentagotas, con el paso de los días y de las semanas, los detalles más impresionantes de su doble vida. Pero él seguía enamorado y fantaseaba con llevársela lejos para que pudieran tener un futuro juntos.
Hasta entonces se imaginaba que su amante era hasta cierto punto otra víctima del conflicto, como tantos obligados a tomar partido en una situación de violencia generalizada. Pero una noche, después de hacer el amor, Lorena le contó con toda naturalidad que había matado a una mujer por encargo de una amiga que sospechaba que era la amante de su novio. Describió sin pudor cómo decapitó a la víctima, le cortó los brazos y las piernas, le sacó las entrañas y la lanzó al río para deshacerse del cadáver antes de cobrar por el 'trabajito'. Fue sólo entonces cuando Jason entendió que esa mujer acostada a su lado no luchaba por un ideal político, como él quería creer, sino que era una asesina en serie, fría y despiadada, y que probablemente había aprendido esa sevicia en las autodefensas.
Jason asegura que su enamoramiento por Lorena murió ese día, pero no por ello dejó de verla. La enfrentaba casi a diario. Le preguntaba qué esperaba enseñarle a su hija de 5 años, quien la veía limpiar su pistola encima de la cama. Cómo podría explicarle acerca de lo que está bien y lo que está mal, si ella no respetaba la vida de nadie. "Ella sólo me respondía que yo no tenía ningún derecho a juzgarla, que yo no era de este país y que no sabía cómo eran las cosas", recuerda. Desde ese momento, cada vez que iba a la morgue local a tomar fotos para su libro, pensaba que los nuevos muertos podían ser víctimas de su propia novia.
Un día ella le contó que iba a matar a alguien y le insinuó que la acompañara. Horrorizado, él se negó. Aunque ya había comprometido su ética periodística al dejarse involucrar tan profundamente en esa historia, no pensaba ir contra su moral. Comenzó a ver a Lorena como un sujeto de estudio, quería entender qué la llevaba a matar. Decidió hacerle una entrevista en video, para que ella le contara en cámara todo lo que le había confesado bajo las sábanas.
Un final inevitable
Cubierta por un pasamontañas, ella respondió ante la cámara con una sinceridad casi morbosa. "Cuando maté la primera persona, estaba asustada, tenía mucho miedo. Lo maté sólo para ver si era capaz de hacerlo. Por eso el primero fue muy duro, porque estaba arrodillado rogándome que no lo hiciera. Lloraba y decía: 'No me mate, tengo hijos'", confesó la muchacha. También contó que había matado a un amigo suyo de toda la vida porque su comandante le había advertido que era guerrillero y que si no lo eliminaba, la muerta sería ella. Luego de descargar su pistola contra la cabeza del joven, el día siguiente asistió a la velación y les dio el pésame a los padres.
"Quiero cambiar mi vida. En este momento estoy cansada y me duele haber matado a tantas personas. Antes me obligaban, pero ahora lo hago por el dinero. Pero es que la plata es todo", aseguró en la entrevista. Para entonces ya llevaba 23 muertos a cuestas y por ninguno de ellos le habían pagado más de un millón de pesos. Mientras estuvo con Jason mató a 14 de ellos.
Jason recuerda el temperamento de Lorena. Estallaba en furia con cualquiera que la fastidiara. Hasta sus padres le tenían pavor a su genio y a ella le gustaba eso. Se lo demostró cuando con pistola en mano le preguntó si él también le tenia miedo. Pero Howe, según cuenta, no se asustó. Todo lo contrario, siguió confrontándola hasta el día en que volvió a partir, esta vez a cubrir la guerra en Afganistán.
Durante algún tiempo siguió en contacto con Lorena por correo electrónico. Ella le escribía que nadie se había atrevido a plantearle las cosas que él le dijo, que nunca había permitido que ni siquiera su familia la cuestionara. Le decía que quería cambiar de vida y que por eso estaba estudiando enfermería. Pero de un momento para otro los correos se silenciaron y Howe temió lo peor.
Y lo comprobó cuando a principios de 2005 regresó a buscarla. Como "quien a hierro mata, a hierro muere", Lorena murió a los 25 años. Los miembros del frente de las AUC al que ella perteneció la asesinaron, supuestamente por haberlos 'sapeado'. Primero la apedrearon y después la remataron a tiros. Su hermano, que trabajaba en un cultivo de coca, fue a reconocer el cadáver completamente desfigurado. Según le contaron los padres a Jason, su hijo no aguantó la impresión y sufrió una apoplejía que lo dejó inmovilizado y sin habla.
Howe fue con la madre y la pequeña hija de Lorena a visitar su tumba. Junto a la lápida recordó que ella le decía que renunciar a las AUC se pagaba con la muerte. Pero evitó indagar más sobre su asesinato, pues los paramilitares y varias personas del pueblo los habían visto caminando juntos. Temió por su vida y decidió marcharse de inmediato. Jamás ha regresado.
Sabe que lo que le ocurrió fue producto en gran medida de su inexperiencia, pues Colombia fue la primera zona de conflicto que visitó en su vida. Pero lo atormenta la ambigüedad de su vivencia. Por un lado se siente culpable porque cree que la pudieron haber matado por todo lo que le contó a él. Asegura que: "a veces me planteé que mi responsabilidad era ayudarla, traerla a Inglaterra o irnos a Bogotá o algo así. Pienso que si lo hubiera hecho, tal vez estaría viva. Me cuestiono si debí darle plata, pero también quizá no, quién sabe". Pero también cree que su muerte era un final predecible.
Mucho se ha preguntado Jason si la maldad de Lorena era producto de la violencia en la que se crió. Pero también lo asaltan los peores sentimientos. "Ella era una persona que tenía ideas muy oscuras. Creo que era mala y creció en un lugar en donde tuvo la oportunidad de desarrollar esos impulsos de matar y salirse con la suya durante mucho tiempo". Lo dice con el dolor de saber que estuvo enamorado de esa mujer.
El libro de fotografías que completó en sus viajes al país, Colombia: Between the lines (Colombia: entre las líneas), será lanzado en unos dos meses. Jason ganó un premio a la excelencia por esas fotos en la edición número 60 del concurso Pictures of the Year International. Al lado de las imágenes de guerrilleros de las Farc, militares y policías, y miembros de las AUC aparecen algunas de las que le tomó a Lorena. Dice que "de alguna forma, ella para mí representa ahora todo lo que está mal con el país. Porque ella se parecía mucho a Colombia. Era hermosa, tenía muchos recursos, era inteligente, pero siguió el camino de su autodestrucción".
*Nombre cambiado
viernes, marzo 07, 2008
JARTERABELICA - Este merengue es bien raro
Casi es como para sentirse decepcionado.
Había comprado una buena ración de escocés y unos pocos frascos de ron Viejo de Caldas. Lo primero para aguantar el coñazo que se nos venía encima. Y lo segundo para invitarle un traguito a los ocupantes, porque de la revolcada no nos salvaba nadie.
Había alquilado una casita con viejita arepera incluida en uno de esos pueblos horrendos de Yaracuy. Porque, vamos a estar claros, a la hora de los bombardeos nadie tenía porque apuntar para esa vaina. ¿A quién le interesa explotar Yaritagua? ¿A quién le interesa ocupar Guama? No joda. A nadie.
Así que el plan era perfecto. Estaba esperando el choque agarrado del asiento. Esos colombianos la llevaban ganada. Ni Lina Ron ni los valientes sombrerudos del frente campesino Ezequiel Zamora, ni los ministros reservistas, ni las viejitas que en vez de atender a los nietos andan buscando quebrarse una pata en ejercicios militares, iban a poder hacer nada contra estos carajos que llevan cuarenta años echándole bolas a la guerra.
Y ni hablar de nuestros militares. Lo único que saben es jalar bolas, desfilar y caer como halcones cuando ven un whisky 18 con cintica roja de puerto libre. Bueno, ahora también aprendieron que después de la patria y el socialismo viene la muerte. Y eso le arruga la pepa a cualquiera.
Pero entonces el enano Uribe dio vueltas de un lado a otro dándole la manito a el eje chavistongo de Latinoamérica, a los chupa dólares del continente. Y me queda la duda de qué coños fue lo que les dijo con esa carita de regañón llorón. Ahora ya no va para la Corte Penal Internacional. Ahora se irá a meter en el rabo las pruebas que escupió la computadora del angelito Reyes. Ahora ya Correa no apoya a las FARC. Ahora Chávez ya no es un perro que financia al terrorismo guerrillero. ¿Y ahora qué? ¿Ya no más computadora de Reyes? ¿Ya Uribe no es un vil mentiroso? ¿El borracho empedernido y violador de Ortega recibió la orden de callarse la jeta?
Coño, uno no entiende nada en este merengue
Había comprado una buena ración de escocés y unos pocos frascos de ron Viejo de Caldas. Lo primero para aguantar el coñazo que se nos venía encima. Y lo segundo para invitarle un traguito a los ocupantes, porque de la revolcada no nos salvaba nadie.
Había alquilado una casita con viejita arepera incluida en uno de esos pueblos horrendos de Yaracuy. Porque, vamos a estar claros, a la hora de los bombardeos nadie tenía porque apuntar para esa vaina. ¿A quién le interesa explotar Yaritagua? ¿A quién le interesa ocupar Guama? No joda. A nadie.
Así que el plan era perfecto. Estaba esperando el choque agarrado del asiento. Esos colombianos la llevaban ganada. Ni Lina Ron ni los valientes sombrerudos del frente campesino Ezequiel Zamora, ni los ministros reservistas, ni las viejitas que en vez de atender a los nietos andan buscando quebrarse una pata en ejercicios militares, iban a poder hacer nada contra estos carajos que llevan cuarenta años echándole bolas a la guerra.
Y ni hablar de nuestros militares. Lo único que saben es jalar bolas, desfilar y caer como halcones cuando ven un whisky 18 con cintica roja de puerto libre. Bueno, ahora también aprendieron que después de la patria y el socialismo viene la muerte. Y eso le arruga la pepa a cualquiera.
Pero entonces el enano Uribe dio vueltas de un lado a otro dándole la manito a el eje chavistongo de Latinoamérica, a los chupa dólares del continente. Y me queda la duda de qué coños fue lo que les dijo con esa carita de regañón llorón. Ahora ya no va para la Corte Penal Internacional. Ahora se irá a meter en el rabo las pruebas que escupió la computadora del angelito Reyes. Ahora ya Correa no apoya a las FARC. Ahora Chávez ya no es un perro que financia al terrorismo guerrillero. ¿Y ahora qué? ¿Ya no más computadora de Reyes? ¿Ya Uribe no es un vil mentiroso? ¿El borracho empedernido y violador de Ortega recibió la orden de callarse la jeta?
Coño, uno no entiende nada en este merengue
miércoles, enero 30, 2008
DEPELICULA – En el Congo y a lo loco
Ahora todo el mundo quiere hacer una película sobre el Che. Ya he perdido la cuenta de las veces que he leído por ahí que sutano y mengano andan rodando la historia del “guerrillero heroico”. Y parece que el favorito, el que está de moda para encasquetarse la boina, es Benicio Del Toro, quien no conforme con una, está actuando en dos películas al mismo tiempo.
Qué ladilla con esta gente.
De momento no he escuchado que los manguangueros que se arriman a la Villa del Cine estén en la misma, aunque es más que seguro que algún guión peorro sobre eso tendrán en el archivo, arrumao esperando a que mejor sea el propio Farruco el que apruebe el suyo que contará con un realero descomunal para repartir y que podría estrenarse en el páramo merideño como venganza contra el comando loco ese que le derriba los monumentos que la revolución pone una y otra vez para homenajear a este nuevo prócer nacido en Argentina.
No se puede negar que la vida de Guevara tiene suficientes elementos emocionantes como para lograr una buena película. Y cuenta, coño, con esa ciega pasión que desata tanto entre pistoleros y delincuentes políticos, como en verdaderos creyentes marxistas y comeflores –y comemierdas, también- convencidos de que ese flaco desaseado y asmático podía cambiar al mundo con el poder de su tremenda voluntad.
Pero deben reconocer también que el tipo era ladilloso. Siempre con su cara de culo, midiendo a la gente por sus conocimientos de marxismo, juzgando a todo el mundo, hablando día y noche de sus pendejeras revolucionarias, viviendo siempre con lo mínimo, monotemático, sectario, exigiendo que para ser su amigo debías creer en lo mismo que él, fastidiando con que si tú tienes unos pesos de más que debes darle a otro, exigiendo demasiados sacrificios sin permitirse momentos para el disfrute y siempre arrecho, todo el tiempo arrecho.
Así que por si le interesa a la Villa del Cine tengo una propuesta para otra mirada cinematográfica del Che.
Hay que olvidarse del roñoso viajecito en la moto en el que supuestamente despertó la vena libertaria de Ernestico y se reforzó su temprana costumbre de huirle a la ducha. Ese ya es momento superado y que se quede con su bacalao el pinche Gael García. Desechemos también todo ese asunto de la Sierra Maestra, los zancudos, las matazones, la cagadera en el monte, los coñazos a los guajiros, los primeros fusilamientos, el maluco de Batista y Fidel con su cocinero personal. A lo mejor Benicio se ocupa de eso.
Lo mismo que de la vida en La Habana ya montados en el poder: eso de las erradas concepciones económicas que arruinaron a la isla, su vida hogareña, los juicios sumarios y el paredón pintado de sangre, la oficina en el Banco Central, los entrenamientos para exportar guerrilleros, los discursos de Fidel y toda esa vaina. Ahí te dejo eso Benicio.
Lo que propongo es concentrarnos en su experimento en el Congo. Esa sí que es una buena película. Sería una comedia del carajo en la que además podríamos aprovechar los estrechos contactos del gobierno con la comunidad afroamericana del star system gringo.
La historia es así: nos ubicamos en 1965, el continente africano está candente, encendido en luchas anti-coloniales y anti-imperialistas y toda esa vaina. Por alguna razón los cubanos creen que por ahí arderá la mecha y andan prometiendo por todos lados que enviarán combatientes para que entrenen a aquel negrerío alzado y les ayuden a hacer sus revoluciones.
Podría comenzar la vaina en un hotel lujoso de Dar es Salam (antes Tanganyika, creo) donde se han reunido los líderes de la revuelta congoleña: un montón de carajos que no pueden ponerse de acuerdo en nada y que, en realidad, se tienen su arrecherita unos contra otros. De entre ellos destacan tres, que vendrían a ser coprotagonistas de la película: Gaston Soumaliot, Christophe Gbenye y Laurent Kabila.
Aquí es donde entran las figuras de Hollywood. No estoy muy seguro de si elegir entre Chris Rock, o si Will Smith tiene ganas de volver a la comedia, o si alguno de esos que siempre hacen de policías o ladrones gozones pudiera encajar bien con el papel, por ejemplo, del vago Soumaliot, pero lo que sí se ve clarito, es que el negro Danny Glover tiene que ser Kabila, un individuo guabinoso, que le cayó a cobas al Che desde el primer día que lo vio y que se pasaba los días no peleando al lado de sus hombres sino holgazaneando en una ciudad portuaria repleta de bares y burdeles.
El Che hizo conexión inmediata con Kabila. No por las putas ni los bares, sino porque ese era el que parecía coincidir con él en lo mismo que hasta hoy nos repiten: que el enemigo es el imperialismo norteamericano.
Entonces está ahí nuestro Che, que pudiera ser el actor Fernando Carrillo con cabello postizo y rebajando un poco la papa. O pudiera ser el Che del 23, luego de unas clasecitas de actuación. Porque el personaje del Che tiene que ser como el original: un ladillao, fanático que buscaba llevar orden y disciplina a unos carajos que jamás podían haber entrado por el aro.
Tenemos esta escena en la que los congoleses hablan ruidosamente, todos dentro del salón de un hotel de lujo, gritan, gesticulan, comen, beben y su único plan de guerra es pedirle plata y hombres a Cuba. Y el Che tragándose la arrechera y ocultando lo que en verdad quería decirles: “vayansé a la puta que los parió grones de mierda”.
Guevara prepara su salida de Cuba con sigilo. Eso no es necesario que lo veamos mucho, quizás algunos momentos de reflexión, unas miraditas compasivas a los hijos que dejaba abandonados y cosas por el estilo, pero sí se puede usar como leit motiv la voz en off de Castro como disparador de múltiples arrecheras: “Che, ¿por qué no te vas para Africa?”.
La reputa que lo parió.
Y volvemos a Dar es Salam. Tres enviados cubanos han llegado. Uno es el Che disfrazado. Sin boina, con el coco raspado y con lentes, nadie lo reconoce. Mucho menos en Africa.
Kabila no está. Anda de joda en El Cairo. Un operario político conduce a los cubanos a la base de los rebeldes en el monte. Es una cosa caótica: mal organizada, con rencillas tribales, habladeras de paja de unos contra otros, con soldados que prefieren irse de putas antes que de combate y con figurones como el propio Kabila que promete llegar en 15 días pero nunca aparece.
Vemos al Che con tremenda rabia y con ganas de fusilar a unos cuantos, mientras a su alrededor todos andan en otra vaina: guisando con los medicamentos, tumbándose la ayuda de los demás países, agarrando gonorreas… El Che intenta participar pero nadie le para bolas a ese pelao. Se mete a ayudar en el hospital y lo que encuentra es “rebeldes” con enfermedades venéreas (Eddie Murphy podría hacer un cameo) y pendejos que se hirieron con sus propias armas.
Se puede jugar aquí con algunas secuencias que exploten algo con lo que no contaba el Che: con la superstición de los nativos. Se me ocurre inventarnos a la Gran Puta de Kigoma, el pueblo con burdeles a donde todos quieren ir a cumplir misiones. La Gran Puta de Kigoma ejerce su demoníaca atracción desde la distancia. Los guerrilleros sienten su llamado en las noches, se olvidan de combatir, de comer, de cumplir órdenes y sólo quieren ir al encuentro con ella: una negra hermosa, seductora, altiva y fogosa pero hasta las metras de gonococos.
Es obvio que ese papel sólo puede pertenecer a una sola mujer en la bolita del mundo: la sin par Naomi, la pantera de Miraflores…
Pudiéramos mandar al Che a combatir a esa demonia. A esa diabla. Después de un mes sin bañarse, el argentino puede hacerse inmune al foco de gonococos de la Gran Puta de Kigoma. Así que arremete contra ella en una noche de pasión en la que parece que nuestro héroe está a punto de dejar la lucha atrapado por aquella peligrosa femme fatale. Pero se impone el guerrillero heroico y su herrumbroso armamento inocula nuevas bacterias en el cuerpo de la Gran Puta de Kigoma que anulan a los gonococos que la mantienen con vida. En este punto tenemos que decidir si ceder a la tentación de la ciencia ficción: ¿se desvanece ella convertida en un montón de ceniza? ¿o simplemente pierde sus poderes? ¿queda ella viva y enamorada para siempre del Che? ¿o se va al destierro en Ruanda y jura venganza? Eso hay que examinarlo.
Después tenemos el factor dawa.
La dawa es una poción mágica que tomaban los hombres antes de entablar combate: si no hay dawa, no hay pelea. Esa poción les hace invulnerables, inmunes a las balas, burladores de la muerte. Pobres güevones: por andar creyendo en eso se murieron unos cuantos.
Y tenemos también el factor caña: a los jefezotes congoleses les gustaba caerse a palos hasta la inconsciencia.
Imaginar a un tipo tan serio como Guevara en ese escenario debe tener su filón cómico. Oficiales curdos, soldados que confiaban más en la dawa que en el fusil que llevaban, una revolución que sólo se mordía el rabo caminando en círculos; pequeños ejércitos de hombres perezosos, comandantes gozones concentrados en seguir pidiendo ayuda económica y armas a China y a la Unión Soviética; decenas de “bajas” por gonorrea; congoleses empeñados en mandar a los cubanos a combatir en las zonas más difíciles; cubanos enfermos; Kabila prometiendo visitas que nunca se daban; batallas perdidas con rebeldes marcando la milla o negándose a entrar en combate; a esos negros cagándose de risa cada vez que el Che explotaba y les sacaba la madre en francés y swahili; derrotas atribuidas a la “mala dawa”, a la incompetencia del brujo… y el Che, ecito, creyendo que en cinco años aquello iba a ser la Sierra Maestra de Africa.
Ahí está la idea. Si alguien le echa bolas, sólo espero que me pichen algo de los reales que afloje la Villa en mi condición de autor original. Yo, como todos esos que explotan la historia del Che y ponen caras de tipos muy preocupados por las injusticias del capitalismo, sólo quiero levantar unos reales. ¿O ustedes han visto que Gael y Benicio y todos los demás –incluyendo los amigos del Che que escribieron libros y todavía sacan provecho- hayan destinado la plata que se ganaron a alguna obra de caridad para los tantos jodidos que hay en el mundo?
Y antes de que salga algún amante de Guevara a quejarse: lo del Congo es la puritica historia verdadera, contada –para que sepas- por el mismo Ernesto Guevara. Mi aporte aquí es, creador al fin, eso a lo que le dicen “tratamiento cinematográfico”.
Quedan cosas en el aire: ¿Cómo podría llamarse la obra? ¿Dejarán que actúe Fabiola Colmenares? ¿Será que puedo contratar al Budú? ¿Cómo hago para incluir a Edgar Ramírez en el reparto? ¿Podré filmar algunas escenas “de ensueño” en el jardín de la casa de Diego Rísquez?
Qué ladilla con esta gente.
De momento no he escuchado que los manguangueros que se arriman a la Villa del Cine estén en la misma, aunque es más que seguro que algún guión peorro sobre eso tendrán en el archivo, arrumao esperando a que mejor sea el propio Farruco el que apruebe el suyo que contará con un realero descomunal para repartir y que podría estrenarse en el páramo merideño como venganza contra el comando loco ese que le derriba los monumentos que la revolución pone una y otra vez para homenajear a este nuevo prócer nacido en Argentina.
No se puede negar que la vida de Guevara tiene suficientes elementos emocionantes como para lograr una buena película. Y cuenta, coño, con esa ciega pasión que desata tanto entre pistoleros y delincuentes políticos, como en verdaderos creyentes marxistas y comeflores –y comemierdas, también- convencidos de que ese flaco desaseado y asmático podía cambiar al mundo con el poder de su tremenda voluntad.
Pero deben reconocer también que el tipo era ladilloso. Siempre con su cara de culo, midiendo a la gente por sus conocimientos de marxismo, juzgando a todo el mundo, hablando día y noche de sus pendejeras revolucionarias, viviendo siempre con lo mínimo, monotemático, sectario, exigiendo que para ser su amigo debías creer en lo mismo que él, fastidiando con que si tú tienes unos pesos de más que debes darle a otro, exigiendo demasiados sacrificios sin permitirse momentos para el disfrute y siempre arrecho, todo el tiempo arrecho.
Así que por si le interesa a la Villa del Cine tengo una propuesta para otra mirada cinematográfica del Che.
Hay que olvidarse del roñoso viajecito en la moto en el que supuestamente despertó la vena libertaria de Ernestico y se reforzó su temprana costumbre de huirle a la ducha. Ese ya es momento superado y que se quede con su bacalao el pinche Gael García. Desechemos también todo ese asunto de la Sierra Maestra, los zancudos, las matazones, la cagadera en el monte, los coñazos a los guajiros, los primeros fusilamientos, el maluco de Batista y Fidel con su cocinero personal. A lo mejor Benicio se ocupa de eso.
Lo mismo que de la vida en La Habana ya montados en el poder: eso de las erradas concepciones económicas que arruinaron a la isla, su vida hogareña, los juicios sumarios y el paredón pintado de sangre, la oficina en el Banco Central, los entrenamientos para exportar guerrilleros, los discursos de Fidel y toda esa vaina. Ahí te dejo eso Benicio.
Lo que propongo es concentrarnos en su experimento en el Congo. Esa sí que es una buena película. Sería una comedia del carajo en la que además podríamos aprovechar los estrechos contactos del gobierno con la comunidad afroamericana del star system gringo.
La historia es así: nos ubicamos en 1965, el continente africano está candente, encendido en luchas anti-coloniales y anti-imperialistas y toda esa vaina. Por alguna razón los cubanos creen que por ahí arderá la mecha y andan prometiendo por todos lados que enviarán combatientes para que entrenen a aquel negrerío alzado y les ayuden a hacer sus revoluciones.
Podría comenzar la vaina en un hotel lujoso de Dar es Salam (antes Tanganyika, creo) donde se han reunido los líderes de la revuelta congoleña: un montón de carajos que no pueden ponerse de acuerdo en nada y que, en realidad, se tienen su arrecherita unos contra otros. De entre ellos destacan tres, que vendrían a ser coprotagonistas de la película: Gaston Soumaliot, Christophe Gbenye y Laurent Kabila.
Aquí es donde entran las figuras de Hollywood. No estoy muy seguro de si elegir entre Chris Rock, o si Will Smith tiene ganas de volver a la comedia, o si alguno de esos que siempre hacen de policías o ladrones gozones pudiera encajar bien con el papel, por ejemplo, del vago Soumaliot, pero lo que sí se ve clarito, es que el negro Danny Glover tiene que ser Kabila, un individuo guabinoso, que le cayó a cobas al Che desde el primer día que lo vio y que se pasaba los días no peleando al lado de sus hombres sino holgazaneando en una ciudad portuaria repleta de bares y burdeles.
El Che hizo conexión inmediata con Kabila. No por las putas ni los bares, sino porque ese era el que parecía coincidir con él en lo mismo que hasta hoy nos repiten: que el enemigo es el imperialismo norteamericano.
Entonces está ahí nuestro Che, que pudiera ser el actor Fernando Carrillo con cabello postizo y rebajando un poco la papa. O pudiera ser el Che del 23, luego de unas clasecitas de actuación. Porque el personaje del Che tiene que ser como el original: un ladillao, fanático que buscaba llevar orden y disciplina a unos carajos que jamás podían haber entrado por el aro.
Tenemos esta escena en la que los congoleses hablan ruidosamente, todos dentro del salón de un hotel de lujo, gritan, gesticulan, comen, beben y su único plan de guerra es pedirle plata y hombres a Cuba. Y el Che tragándose la arrechera y ocultando lo que en verdad quería decirles: “vayansé a la puta que los parió grones de mierda”.
Guevara prepara su salida de Cuba con sigilo. Eso no es necesario que lo veamos mucho, quizás algunos momentos de reflexión, unas miraditas compasivas a los hijos que dejaba abandonados y cosas por el estilo, pero sí se puede usar como leit motiv la voz en off de Castro como disparador de múltiples arrecheras: “Che, ¿por qué no te vas para Africa?”.
La reputa que lo parió.
Y volvemos a Dar es Salam. Tres enviados cubanos han llegado. Uno es el Che disfrazado. Sin boina, con el coco raspado y con lentes, nadie lo reconoce. Mucho menos en Africa.
Kabila no está. Anda de joda en El Cairo. Un operario político conduce a los cubanos a la base de los rebeldes en el monte. Es una cosa caótica: mal organizada, con rencillas tribales, habladeras de paja de unos contra otros, con soldados que prefieren irse de putas antes que de combate y con figurones como el propio Kabila que promete llegar en 15 días pero nunca aparece.
Vemos al Che con tremenda rabia y con ganas de fusilar a unos cuantos, mientras a su alrededor todos andan en otra vaina: guisando con los medicamentos, tumbándose la ayuda de los demás países, agarrando gonorreas… El Che intenta participar pero nadie le para bolas a ese pelao. Se mete a ayudar en el hospital y lo que encuentra es “rebeldes” con enfermedades venéreas (Eddie Murphy podría hacer un cameo) y pendejos que se hirieron con sus propias armas.
Se puede jugar aquí con algunas secuencias que exploten algo con lo que no contaba el Che: con la superstición de los nativos. Se me ocurre inventarnos a la Gran Puta de Kigoma, el pueblo con burdeles a donde todos quieren ir a cumplir misiones. La Gran Puta de Kigoma ejerce su demoníaca atracción desde la distancia. Los guerrilleros sienten su llamado en las noches, se olvidan de combatir, de comer, de cumplir órdenes y sólo quieren ir al encuentro con ella: una negra hermosa, seductora, altiva y fogosa pero hasta las metras de gonococos.
Es obvio que ese papel sólo puede pertenecer a una sola mujer en la bolita del mundo: la sin par Naomi, la pantera de Miraflores…
Pudiéramos mandar al Che a combatir a esa demonia. A esa diabla. Después de un mes sin bañarse, el argentino puede hacerse inmune al foco de gonococos de la Gran Puta de Kigoma. Así que arremete contra ella en una noche de pasión en la que parece que nuestro héroe está a punto de dejar la lucha atrapado por aquella peligrosa femme fatale. Pero se impone el guerrillero heroico y su herrumbroso armamento inocula nuevas bacterias en el cuerpo de la Gran Puta de Kigoma que anulan a los gonococos que la mantienen con vida. En este punto tenemos que decidir si ceder a la tentación de la ciencia ficción: ¿se desvanece ella convertida en un montón de ceniza? ¿o simplemente pierde sus poderes? ¿queda ella viva y enamorada para siempre del Che? ¿o se va al destierro en Ruanda y jura venganza? Eso hay que examinarlo.
Después tenemos el factor dawa.
La dawa es una poción mágica que tomaban los hombres antes de entablar combate: si no hay dawa, no hay pelea. Esa poción les hace invulnerables, inmunes a las balas, burladores de la muerte. Pobres güevones: por andar creyendo en eso se murieron unos cuantos.
Y tenemos también el factor caña: a los jefezotes congoleses les gustaba caerse a palos hasta la inconsciencia.
Imaginar a un tipo tan serio como Guevara en ese escenario debe tener su filón cómico. Oficiales curdos, soldados que confiaban más en la dawa que en el fusil que llevaban, una revolución que sólo se mordía el rabo caminando en círculos; pequeños ejércitos de hombres perezosos, comandantes gozones concentrados en seguir pidiendo ayuda económica y armas a China y a la Unión Soviética; decenas de “bajas” por gonorrea; congoleses empeñados en mandar a los cubanos a combatir en las zonas más difíciles; cubanos enfermos; Kabila prometiendo visitas que nunca se daban; batallas perdidas con rebeldes marcando la milla o negándose a entrar en combate; a esos negros cagándose de risa cada vez que el Che explotaba y les sacaba la madre en francés y swahili; derrotas atribuidas a la “mala dawa”, a la incompetencia del brujo… y el Che, ecito, creyendo que en cinco años aquello iba a ser la Sierra Maestra de Africa.
Ahí está la idea. Si alguien le echa bolas, sólo espero que me pichen algo de los reales que afloje la Villa en mi condición de autor original. Yo, como todos esos que explotan la historia del Che y ponen caras de tipos muy preocupados por las injusticias del capitalismo, sólo quiero levantar unos reales. ¿O ustedes han visto que Gael y Benicio y todos los demás –incluyendo los amigos del Che que escribieron libros y todavía sacan provecho- hayan destinado la plata que se ganaron a alguna obra de caridad para los tantos jodidos que hay en el mundo?
Y antes de que salga algún amante de Guevara a quejarse: lo del Congo es la puritica historia verdadera, contada –para que sepas- por el mismo Ernesto Guevara. Mi aporte aquí es, creador al fin, eso a lo que le dicen “tratamiento cinematográfico”.
Quedan cosas en el aire: ¿Cómo podría llamarse la obra? ¿Dejarán que actúe Fabiola Colmenares? ¿Será que puedo contratar al Budú? ¿Cómo hago para incluir a Edgar Ramírez en el reparto? ¿Podré filmar algunas escenas “de ensueño” en el jardín de la casa de Diego Rísquez?
viernes, enero 11, 2008
QUENOHAY – Ah, era eso
De verdad que uno trata de vez en cuando de no pararles mucho. Se dedica uno a la contemplación de mejores panoramas, quizás a las drogas recreativas, de repente a sólo mirar series por cable y a rascarse la panza, por no decir las bolas. En fin, a tratar de sacudirse un poco el polvillo hediondo de los revolucionarios y sus vainas.
Pero la maldita costumbre de leer los periódicos te jode.
Porque es arrecho eso de encontrarse hoy con el presidente del Indecu diciendo que entre él y su panita del Minpopoinli… el Ministerio de Industrias Ligeras, han determinado que el desabastecimiento es “virtual”, que no existe “de verdad”.
Lo que cuenta este genio llamado Samuel Ruh es que en diciembre a la gente le da por gastarse todos los reales comprando, no sólo caña y electrodomésticos supongo, sino que también les pica por andar llevando comida para la casa. Todos, como una cuerda de locos, quieren comer más y más en diciembre y entonces invierten sus utilidades en pollo, carne, leche, harina y huevos.
Bueno, la invertirían en eso si es que se les presentara “de verdad” la oportunidad.
Todo lo demás es mentira. Una campaña mediática, una conjura oligarca para desprestigiar a Chávez, el futuro gran señor de la Antártida, salvador de focas y crustáceos polares.
Los revo se cambian el cassette cuando el jefe lo ordena, pero no alteran el método. Hasta que el comandante lo dijo no había en este país ni delincuencia ni corrupción ni basura en la calle. Pero ahora el iluminado compartió su luz con el resto de sus acólitos y hete aquí que ahí estaban ese montón de muertos y de atracados y de ladrones 4x4.
Antes, todo eso formaba parte de una conspiración de la canalla mediática. Lo mismo que la escasez. Como si Ruh de verdad estuviera convencido de que este país lo habitan una sarta de pendejos a los que puedes engañar con semejante mediocridad. Como si Ruh pudiera –sin la camisita roja y el carnet- ir a comprar ahorita mismo un litro de leche en el abasto de la esquina.
Más pendejo serás tú, Samuel Ruh.
Pero la maldita costumbre de leer los periódicos te jode.
Porque es arrecho eso de encontrarse hoy con el presidente del Indecu diciendo que entre él y su panita del Minpopoinli… el Ministerio de Industrias Ligeras, han determinado que el desabastecimiento es “virtual”, que no existe “de verdad”.
Lo que cuenta este genio llamado Samuel Ruh es que en diciembre a la gente le da por gastarse todos los reales comprando, no sólo caña y electrodomésticos supongo, sino que también les pica por andar llevando comida para la casa. Todos, como una cuerda de locos, quieren comer más y más en diciembre y entonces invierten sus utilidades en pollo, carne, leche, harina y huevos.
Bueno, la invertirían en eso si es que se les presentara “de verdad” la oportunidad.
Todo lo demás es mentira. Una campaña mediática, una conjura oligarca para desprestigiar a Chávez, el futuro gran señor de la Antártida, salvador de focas y crustáceos polares.
Los revo se cambian el cassette cuando el jefe lo ordena, pero no alteran el método. Hasta que el comandante lo dijo no había en este país ni delincuencia ni corrupción ni basura en la calle. Pero ahora el iluminado compartió su luz con el resto de sus acólitos y hete aquí que ahí estaban ese montón de muertos y de atracados y de ladrones 4x4.
Antes, todo eso formaba parte de una conspiración de la canalla mediática. Lo mismo que la escasez. Como si Ruh de verdad estuviera convencido de que este país lo habitan una sarta de pendejos a los que puedes engañar con semejante mediocridad. Como si Ruh pudiera –sin la camisita roja y el carnet- ir a comprar ahorita mismo un litro de leche en el abasto de la esquina.
Más pendejo serás tú, Samuel Ruh.
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